Qué equivocados estamos. La filosofía nos demuestra, una y otra vez, como apuntamos siempre hacia el lugar menos indicado. Pensamos que la felicidad se encuentra en conseguir más y más cosas. Un coche mejor. Una casa más grande. Ropa más cara. Pero al final, todo esto no son más que accesorios que, en el mejor de los casos, no nos aportan nada. En el peor, obstaculizan nuestro camino hacia la felicidad.
No lo digo yo. Tampoco Massimo Pigliucci, o al menos no como concepto original. Lo decía Epicteto, filósofo clave del estoicismo y a menudo olvidado, al que el autor de The New York Times dedica su nuevo libro, Guía práctica del estoicismo. Aprender a diferenciar lo importante de lo que no lo es, posiblemente, es crucial si queremos alcanzar algo remotamente similar a lo que los griegos llamaban eudaimonia, y a lo que nosotros llamamos felicidad.
La trampa de la felicidad ajena
El problema no es solo lo equivocados que estamos, es lo fácil que es equivocarnos. Vivimos en una sociedad expuesta continuamente a la comparación. Abres tu teléfono, haces scroll y ves ante ti un desfile de felicidades aparentadas. De esas que se disfrazan con prendas caras, viajes por el mundo y coches de marca.
De esas de las que, con gran acierto, Pigliucci nos advierte en su libro. “Cuando veamos a alguien que es famoso o poderoso”, escribe el filósofo estoico, “o que goza de algún tipo de prestigio, no nos engañemos dando por sentado que es feliz”. Su advertencia nos pone en el buen camino, ya que, nos recuerda, “si es cierto que las únicas cosas buenas son las que dependen de nosotros”, como decía el bueno de Epicteto, “entonces no tiene absolutamente ningún sentido envidiar o querer ser como otra persona”.
De hecho, nos explica Pigliucci, “no tiene sentido desear la fama, la riqueza o el poder, sino ser libre”. Esta es la base de todo, la libertad. Puesto que, solo siendo libres, tenemos el control de nuestra vida. Y solo en ese pequeño apartado de cosas que podemos controlar, hallaremos la felicidad. No olvidemos que, para los estoicos, eso que se llama bienestar, se encuentra al lado de cuatro virtudes que deberían regir nuestra vida: la sabiduría, la templanza, la justicia y el valor. Solo cuando actuamos movidos por estas cuatro virtudes, estamos en el camino de la virtud y, por tanto, podemos ser felices.
Una demostración práctica
Quizá la teoría suene absurda o lejana, pero en la aplicación práctica vemos como las palabras de Pigliucci adquieren una nueva dimensión. “El método más infalible para ganar concursos”, escribe, “es participar solo en aquello en los que vamos a ganar seguro”.
“El único que entra en esta categoría”, continua el estoico, “es el concurso para ser mejor persona”. Así de sencillo, y así de radical.
Si juegas en la vida a intentar tener más dinero, a ser más famoso, a conseguir más méritos que nadie, es muy probable que pierdas. No depende de ti cuánto te pagan, aunque hay quienes intenten convencernos de lo contrario. Tampoco está en tu mano que otros reconozcan tus méritos.
Pero sí está en tu mano ser un poco mejor cada día. Y esa sensación de logro, de satisfacción personal, puede ser la base de una felicidad duradera. Para ello, solo necesitas ser libre, y “la única manera de serlo”, escribe Pigliucci, “es no asociar nuestro bienestar y nuestra autoestima a ser famosos, ricos o poderosos, algo que no está en nuestras manos”.
Por qué no deberías querer ser rico
Fue Séneca, muy reconocido entre los estoicos, el que dijo que, evidentemente, no era tonto, y prefería ser rico a ser pobre. Prefería ser querido a ser odiado. Prefería estar sano a estar enfermo. Prefería ser admirado a ser repudiado. Pero también reconocía que todo eso no estaba en su mano. Más valía que la felicidad no dependiera de esos factores.
En una línea similar, Pigluicci nos propone en otra de sus muchas lecciones de estoicismo, la siguiente reflexión. “A quienes alguna vez hayan jugado al póquer”, escribe el estoico, “les diré que la vida es así. No decidimos qué mano jugar, eso depende del azar, que es ciego. Podemos conseguir una escalera de color o solo una pareja. O algo intermedio, como un trío. No importa, lo que cuenta es cómo jugamos la mano que nos ha tocado”.
Lo que tenemos, lo que los demás piensan de nosotros, no está en nuestra mano. Es fruto del azar. Quizá naciste en el seno de una familia acomodada, quizá en la más humilde de tu ciudad. No importa, porque recordemos que el juego al que jugamos no tiene nada que ver con la fama, la riqueza o el reconocimiento. Tiene que ver con ser un poco mejor cada día, haciendo uso de la libertad y la virtud.
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¿Cómo piensas jugar?
La pregunta, entonces, es cómo piensas jugar las cartas que te han tocado, en lugar de seguir lamentándote por no tener todos los ases bajo la manga. “Si no jugamos bien, podemos perder incluso con una mano excepcional”, nos recuerda Pigliucci. No son pocos los ejemplos que se me vienen a la mente de personas que, teniéndolo todo, vivían en una profunda desesperación.
“Y si sabemos jugar”, continua el filósofo, “podemos hacer bastante con lo que a los demás les pueda parecer una mala mano”.
Puede parecer una reflexión sencilla, pero interiorizarla supone un cambio de paradigma. Ya no se trata de quién eres, de lo que tienes o de lo que hiciste en el pasado. No se trata de tu clase social, tu cuenta bancaria, ni tu profesión. Se trata de ti, y de lo que vas a hacer ahora.
Porque como sucede con el póquer, sucede con la vida. “No depende de nosotros nacer ricos o pobres, listos o un poco tontos, feos o guapos. Lo que sí depende de nosotros”, reflexiona el filósofo norteamericano, “y mucho, es sacar lo mejor de ello. Esa es la medida de nuestra excelencia como seres humanos”. Y aunque en esta sociedad cueste creerlo, es la clave para ser realmente felices.