Letizia en la recepción del Palacio Real el 12 de octubre. Hablaba mucho con las periodistas, pero en tono mesurado, sin las risas ni el tono alto habitual en ella. Dos veteranos en estos encuentros me cotillean que a una ministra consorte que le dio por hacer un ‘plongeon’ desmesurado, le dirigió tal mirada de reproche que la dama casi se cayó al suelo. ¡Y otra noticia bomba! ¡La Reina no llevaba móvil! Arguyo que es lo normal, y ambos se echan a reír: “No, querida, lo normal es que esté hablando o enviando mensajes a una velocidad endiablada desentendida de lo que sucede, y es Felipe el que tiene que entretenernos, eso que Dios no le ha dotado con la campechanía del padre”. Y me cuentan una anécdota reveladora: mis amigos estaban en un cóctel y se dieron cuenta de que doña Letizia permanecía en un rincón sin que nadie le dirigiera la palabra, tecleando nerviosamente en el móvil. “Le dijimos a don Felipe, señor, vamos a acercarnos a hablar con la Reina para que no se sienta sola, y él nos respondió con una punta de irónico humorismo, ‘¿y quién os ha dicho que ella quiere hablar con vosotros?”