‘El caso Asunta’: ¿qué es ficción y qué sucedió?

MAYKA NAVARRO
Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

Candela Peña se ha comido a Rosario Porto. Coincidí con la actriz catalana hace bastantes años en el restaurante Ikibana de la avenida del Paral·lel de Barcelona. Comíamos un medio-día en mesas vecinas y, antes de irse, se acercó, me saludó y me comentó que le apasionaban los sucesos. Es posible que en ese momento Asunta Basterra Porto ya destacara en el Santiago de Compostela al que llegó con apenas nueve meses desde un orfanato de la ciudad de Yongzhou, en China, como una niña especial, con altas capacidades y una sensibilidad fuera de serie que la hizo despuntar en todas las disciplinas artísticas, la música, la danza, la poesía y la literatura.

Fusión con Rosario

Desde hace unos días, cierro los ojos y me cuesta volver a ver a la actriz que me ha tenido por siempre entregada. Como decía, Candela Peña se ha comido tanto a Rosario Porto que se me hace difícil recuperar a la actriz y más todavía a aquella mujer integrante destacada de la burguesía compostelana, inteligente abogada y cónsul honoraria de Francia que junto a su ex-marido asesinó a su hija adoptada, cuando Asunta solo tenía 12 años.

Candela se come a Rosario

Dice Candela Peña que el de Rosario Porto es el papel de su vida y el más difícil hasta ahora de su carrera. La Rosario Porto de verdad se suicidó, tras varios intentos, en 2020 en la cárcel de Brieva, en Ávila. Si Rosario Porto levantara la cabeza y se mirara en la televisión estoy segura que no le importaría verse encarnada en la piel de una Candela Peña que muestra sin excesos, ni tópicos, ni artificios la complejidad de una mujer, enferma, débil y contradictoria, que hasta el última día de vida negó su participación en los hechos. Aunque estos últimos días, el que fuera su abogado y más tarde confidente y amigo, José Luis Gutiérrez Aranguren, asegura por contra que la mujer estaría “indignada”. Eso sí, el letrado le pone a Candela Peña un diez en su interpretación pero con un matiz, “el acento gallego que Rosario no tenía”.

¿Por qué la adoptaron?

Han pasado años, pero antes como ahora, siempre que el caso Asunta sale a relucir alguien pregunta en voz alta: ¿por qué lo hicieron? La gente mata mayoritariamente por dinero, sexo o ambición. Pero ¿en este caso? ¿Qué ganaban unos padres separados asesinando a su hija de 12 años? Y cómo es posible que los dos coincidieran en la idea de matar a una niña a la que, cuando era una bebé de nombre Fang Yong, fueron a buscar con todo el amor. Uno puede fantasear con la idea de ase- sinar a la hija, pero ¿los dos a la vez? Ninguno, en los meses previos en los que quedó acreditado que la pequeña fue drogada con lorazepam, tuvo la iniciativa de advertir al otro de que lo que estaban haciendo era una barbaridad, una locura, ya no solo un delito que tendría sus con- secuencias penales, sino que tenían que parar. No. Siguieron adelante.

Una escena perturbadora

La serie se arriesga a verbalizar el móvil del crimen que no aparece escrito como tal en la sentencia, pero que formó parte del imaginario de los investigadores: “Asunta les estorbaba”. Así de sencillo y así de cruel. Déjenme reproducir el diálogo de una de las secuencias de la serie. –¿Sabes lo que dicen los psiquiatras, Ríos? Que no se quiere igual a un hijo propio que a un hijo adoptado. –Yo psiquiatra no soy, pero padre sí. Y a mí me parece que no depende de que sea adoptado o no. Los hijos gusta tenerlos, gusta hacerlos, pero después hay que sacarlos palante, ¿no? Hay que criarlos. –Pues ahí tienes el móvil del crimen. A estos ya les sobraba el capricho. Según el juez Luis Malvar, un inmenso Javier Gutiérrez, ahí estaba el móvil del crimen. Reconozco que cuando escuché el diálogo de la secuencia se me puso la piel de gallina, tuve que parar la emisión, rebobinar hacía atrás y volver a verla. Los investigadores de homicidios no están obligados a detallar en la instrucción el móvil del crimen, solo lo detallan si está acreditado. Su función es apuntalar con pruebas y evidencias dónde, cómo, cuándo y quién o quiénes cometieron el asesinato. Esa es la responsabilidad del policía judicial y eso es lo que hicieron los guardias civiles de la comandancia de A Coruña encargados de una investigación que en la vida real dirigió excelentemente el juez José Antonio Vázquez Taín, sin entrar en el detalle de una motivación que no quedó probada.

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El móvil

La serie no escatima en plantear con crudeza y valentía algunos elementos que sobrevolaron durante la investigación y que llevaron a sospechar en un móvil sexual en el que el periodista Alfonso Basterra no solo hubiera arrastrado a su ex-mujer sino que habría tenido la capacidad de hacer recaer en ella buena parte de la carga de la prueba. Una línea de investigación que no avanzó pero que contó con el descubrimiento de fotografías de Asunta vestida de cabaretera tras un festival en el colegio, la confirmación de que el padre consumía pornografía protagonizada por mujeres asiáticas y la presencia de su ADN en algunas piezas de ropa interior de la pequeña.  Alfonso Basterra, un Tristán Ulloa igual de excelente pero empequeñecido ante la Rosario de Candela, sigue defendiendo su inocencia desde prisión. “Solo tengo una razón para seguir con vida, que no es otra que volver a ser un hombre libre y reunirme con mi niña, nunca antes. De hecho, ya tengo pensado el cómo y el dónde, tan solo me falta el cuándo. Así que cuando conozcan mi fallecimiento le ruego que descorche una botella de cava y brinde con los suyos, solo en ese momento comprenderá que he recuperado mi felicidad. Mi niña me necesita y yo a ella”, escribió Basterra en una carta a Ramón Campos, productor del documental ‘Lo que la verdad esconde’ y de la serie ‘El caso Asunta’.

Candela Peña
Netflix

Así empezó todo

Da igual saber cómo termina la historia e incluso tener buena memoria y recordar detalles de un caso que acaparó la atención mediática durante años y que ya forma parte de la historia de la crónica negra de España. La serie, pero sobre todo Candela Peña, rezuman verdad. Arranca con los padres entrevistados por la Televisión de Galicia presumiendo de hija en un reportaje dedicado a la primera niña china que llegó adoptada a Santiago de Compostela. Después la Rosario de Candela llama a Alfonso porque no sabe nada de la niña. Es la noche del sábado 21 de septiembre del 2013. Los padres, que están separados, acuden juntos a la comisaría de la Policía Nacional en Santiago de Compostela a denunciar la desaparición de la pequeña. Y te los crees. Te crees su angustia hasta que la escena se traslada a la casa familiar de los Porto, en Montouto, donde la Guardia Civil acompaña a los padres para buscar pistas, después de haberse encontrado ya el cuerpo de la niña en una pista forestal cercana, en Teo. Y es en ese momento que la madre sufridora pasa a ser la sospechosa que ya no deja de mentir. Nada más entrar a la vivienda, Rosario corre escaleras arriba porque necesita ir al baño.

El guardia civil descubre otro aseo más cercano, desconfía, sube tras la mujer, y la descubre moviendo una papelera en la que hay pañuelos de papel húmedos y unos trozos de cuerda de color naranja idénticos a los que habían aparecido junto al cadáver y que habían utilizado para atar a la pequeña. Y ya no deja de mentir y de tratar de convencer a todo el mundo con excusas vagas: “No me acordaba”. Mintió al decir que su hija se quedó en casa haciendo deberes cuando ella acudió a Montouto a buscar unos bañadores. Ajustó la declaración cuando supo que una cámara de seguridad grabó a la pequeña sentada en el asiento de copiloto de su coche cuando se dirigía a la finca y dijo que no lo contó porque no se acordaba. Y todo frente a un Basterra que la instrucción tuvo dificultades en situar con pruebas en el escenario del crimen, pero cuyo teléfono sospechosamente no se movió de su casa en Santiago las cinco horas de aquella tarde, y que se negó a colaborar con los investigadores cuando al principio estos solo acusaban a su exmujer. Ni el jurado popular ni el tribunal tuvo dudas de su participación en la preparación de un crimen que se gestó con premeditación durante meses.

Meses drogando a la niña

La autopsia reveló que la niña fue drogada con lorazepam. Los forenses identificaron en el estómago de la pequeña 27 pastillas de orfidal, el medicamento que compraba Alfonso para su mujer, que había sufrido episodios de depresión, ansiedad y era enferma de lupus. El laboratorio confirmó que los padres llevaban meses dando pastillas a Asunta que provocaron más de un mareo en las clases de música. Unos mareos ante los que los padres no actuaron, como tampoco denunciaron aquel sospechoso intento de agresión a Asunta por parte de un hombre que se coló una noche en la casa y que la propia niña confesó a una amiga. Cada 22 de septiembre, El Correo Gallego publica una esquela a Asunta Yong-Fang. El responsable es el abogado de Rosario Porto, y al que la mujer confió desde prisión el encargo de recordar siempre a su hija y que sus cenizas, una vez muerta, descansaran junto a las de la pequeña. Una niña que solo tenía doce años y que fue asesinada por los padres que la adoptaron.

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