El príncipe Enrique de Inglaterra parece decidido a convertir en princesa a la actriz Meghan Markle, pero en una de verdad. El hijo menor del Carlos y Diana, de 32 años, y quinto en la línea de sucesión al trono de Inglaterra tras su padre, su hermano Guillermo y sus sobrinos Jorge y Carlota, ha permitido que se hagan públicas las fotos en las que aparece junto a su novia en la boda de Tom Inskip, uno de los mejores amigos del príncipe, con Lara Hughes-Young, que se ha celebrado en Jamaica. Enrique quizá quiere forzar la aprobación de su familia que no está muy convencida de que una actriz pueda ejerce el papel de princesa, un inconveniente que esconde otro mucho más peliagudo que nadie se atreve a abordar porque, con toda la razón, sería machacado: Meghan es morena.

Harry, que vendría a ser nuestro Quique, es uno de lo solteros más cotizados del mundo y se le han adjudicado un montón de novias, incluida Pippa Middleton, la hermanísima de Kate, pero hasta la fecha nunca había reaccionado con la contundencia que lo hizo hace algunas semanas cuando la prensa británica se lanzó contra Meghan, en cuando se supo que era la amiga entrañable del joven príncipe. La joven, de 35 años, era actriz de series B, hasta que fue fichada para uno de los papeles protagonistas de la serie Suits, un drama legal que en España puede verse a través de la plataforma Netflix, donde da vida a Rachel Zane, una aspirante a abogada con buen corazón que se enamora de uno de los chicos de la película, Mike Ross, al que da vida el actor Patrick J. Adams, que guarda un asombroso parecido físico con el príncipe Harry. Rachel y Mike se hacen novios y protagonizan en la serie algunas escenas de sexo de esas en las que no se ve nada, o casi nada, pero se adivina todo y la difusión de esas imágenes fue lo primero que los británicos supieron de la nueva amiga de su príncipe.

La prueba de que el príncipe Enrique estaba verdaderamente enamorado fue el comunicado oficial que emitió hace unos meses para pedir respeto a la que se definía como su novia, bueno la nota decía girlfriend porque estaba escrita lógicamente, en inglés. La que es oficiosamente su novia, puesto que no lo será oficialmente hasta que se haga público el anuncio del compromiso, si es que llega ese día, no solo fue atacada por protagonizar escenas subidas de tono, que tampoco lo son tanto, por cierto, sino por la indefinición de su color de piel. Megan es hija de un blanco, Thomas Markle, que trabajaba como productor de televisión en Los Ángeles, y una mujer afroamericana, Doria Ragland, que actualmente ejerce de trabajadora social y profesora de yoga y cuya piel es varios tonos más oscura que la de su hija. Nadie se ha atrevido, faltaría más, a discriminar a Megan por su color, no directamente al menos ya que es guapa y elegante, pero se han ensañado con su madre de quien tampoco citan el color pero sí su afición a las rastas y el hecho de vivir en un barrio marginal de Los Ángeles.

Meghan Markle puede convertirse en la primera princesa de piel oscura y si llega a tener hijos con Harry, alguno puede tener la piel aún más oscura pero el matrimonio sería la mejor muestra de tolerancia y sobre todo la prueba definitiva de que la realeza, y no solo la británica, por fin es una institución adaptada a los tiempos.