Ya ha empezado el año pero no se le puede pedir que, con solo cinco días de vida, haya aportado alguna cara nueva con la que renovar el escaparate social.La discusión más excitante en estos primeros días de 2016 ha sido la de elegir entre la hierática Anne Igartiburu, más fría que un témpano a pesar de su cálido embarazo y su ardiente modelazo rojo de Lorenzo Caprile, y la cachonda (dicho sea en el mejor de los sentidos) Cristina Pedroche, que ni en sus mejores sueños habría imaginado que varios especialistas de la firma Pronovias pasaran 350 horas de su vida cosiendo estratégicamente en un tul unos pedazos de encaje para que le taparan las zonas que una señora no debe enseñar jamás en público. El asunto tiene su miga, ya que Pedroche se casó con David Muñoz en tejanos pero para dar las campanadas se enfundó, por que aquello era una funda, en un traje de novia sin forro. Igartiburu y Pedroche son dos ejemplos, por opuestos, de que en la tele cabe todo pero siempre queda la sospecha de que la vasca no sea tan fina y elegante como parece y que la señora de Muñoz, en realidad sea menos ordinaria de lo que le gusta aparentar. A lo mejor, las chicas y chico de “Cámbiame” que se tomaron con humor su paso por la puerta del sol, podrían hacer un cambio de los suyos intercambiando las personalidades de Anne y Cristina.

Por lo demás, el año que está arrancando nos trae el inicio del juicio por el caso Nóos que dará la primera campanada del año aportando la imagen que nadie hubiera querido ver: la de la infanta Cristina en el banquillo de los acusados. Digo nadie y digo mal, ya que probablemente serán muchos los que estarán encantados de la vida y digo yo que hubiera sido mucho mejor que no se hubiera producido si eso significaba que nada de lo que se la acusa hubiera ocurrido. No sería mejor que la infanta Cristina hubiera sido una princesa de manual, se hubiera casado con Felipe de Bélgica, tal como en su día pretendió el actual rey de los belgas, y ahora estuviera aburrida en su palacio de Bruselas rodeada de hijos y atendiendo a su hermana, la infanta Elena y a su madre, la reina Sofía.Seguramente el plan le debió parecer un coñazo cuando se planteó ese posible matrimonio de conveniencia y prefirió casarse por amor y además con un jugador de balonmano que, en sus buenos tiempos, estaba como un tren. Para mí que a la infanta Cristina lo que le puso de verdad es verse a sí misma paseando por las cortes europeas con ese pedazo de marido que iba ser la envidia de todas sus colegas princesas.

Lo malo fue que Iñaki tenía un alto concepto de si mismo y creyó que su intelecto estaba a la altura de su guapura y de sus méritos deportivos. Solo faltó que Diego Torres, su socio en el Instituto Nóos que también fue su profesor en Esade, le convenciera, a base de halagos, de sus virtudes como empresario. Torres también se creía muy listo utilizando a Iñaki como mascarón de proa para buscar negocios y pensando que la Casa Real iba a tapar todos sus trapicheos. Error.

Lo de la infanta Cristina nos va a animar la entrada del nuevo año aunque el tema se ha quedado viejo de tanto usarlo. En realidad, todo es viejo hasta los vestidos nuevos de las presentadoras de las campanadas.