Desde su madurez de abuela, la princesa Carolina de Mónaco sigue siendo la más grande. Sus últimas fotografías, ataviada con un blusón de estampado indio, atribuido a la firma Zara, aunque también podría ser el diseño original de alguna marca de lujo en el que se ha inspirado la casa española siempre atenta a las últimas tendencias, confirman su condición de reina del estilo. Ni su propia hija, esa princesa Carlota, bella sin alma, logra hacerle sombra.

Carolina, de 58 años, sigue ejerciendo de primera dama de Mónaco por la ausencia permanente de su cuñada, la princesa Charlene, que no acaba de encontrar su lugar en la roca. El misterio que rodea a la mujer de Alberto de Mónaco y sus constantes desapariciones en los actos oficiales del principado obligan a Carolina a seguir en la primera fila, un puesto que solo abandonó entre el fallecimiento de su segundo marido, Stefano Casiraghi, el 3 de octubre de 1990, y su regreso a la vida pública en el mes de julio de 1992, que tuvo lugar en Sevilla, con motivo del día de Mónaco en la Expo. Aquel día, Carolina, vestida aún de luto, acompañó a su padre, el príncipe Rainiero, después de haber permanecido casi dos años encerrada en su refugio provenzal de Saint Rémy. Con tres hijos a cuestas, Andrea, Carlota y Pierre, a Carolina le hubiera gustado desaparecer del mapa  y hacerlo, además, con el actor Vincent Lindon, con quien planeó casarse, pero  los escándalos de Estefanía, mal casada por entonces con Daniel Ducruet (por cierto, desparecido, ahora, del mapa) y la falta de interés por el matrimonio del príncipe Alberto, no permitieron a Carolina dejar la  escena. Lindon se vio incapaz de cambiar sus películas por el escenario del circo monegasco y dio por concluida su relación con la princesa, de nuevo sola. No ha tenido buena suerte en el amor la bella Carolina: su primer marido, Philippe Junot, fue un capricho; el segundo, murió joven y, el tercero, Ernesto de Hannover, le salió rana, aunque antes la hizo madre de nuevo, de la ahora adolescente Alejandra de Hannover.

Todos los intentos de Carolina de hacer su vida fuera del principado se han frustrado. Tuvo que acompañar a su padre, tras la trágica muerte de su madre, la princesa Grace; de nuevo, ya viuda de Casiraghi, fue reclamada para la vida oficial y cuando, ya casada con Hannover, su hermano sucedió a Rainiero, la falta de primera dama le impidió disfrutar de las posesiones que su marido alemán tiene por medio mundo. Hannover, multimillonario y acostumbrado a hacer su vida, nunca aceptó el segundo plano ni ser conocido como 'el marido de Carolina', con lo que se fue apartando del principado y, posteriormente, de su mujer con quien  no ha aparecido en público desde 2009. La boda de Alberto con Charlene hubiera liberado a Carolina del peso de sus obligaciones en Mónaco, pero la lánguida nadadora, por más que se empeñen los relaciones públicas del principado, no ha logrado iluminar el pequeño estado.

Y Carolina se va haciendo mayor, muy poco a poco, eso sí, sumando nietos y admitiendo en su círculo de glamour, primero a su hija, Carlota, y luego a su futura nuera Beatriz Borromeo, que en unas semanas se casará con Pierre Casiraghi. Su otra nuera, Tatiana Santo Domingo, tiene un papel fundamental en la familia: haber apartado de la mala vida a Andrea, el primogénito de Carolina, a quien ha hecho padre por partida doble.

Las razones por las que la princesa Carolina no se ha divorciado de Ernesto de Hannover siguen siendo el gran misterio de su vida. No solo no aparecen juntos desde hace años, sino que además el bravucón príncipe germano, de 61 años, vive con Simona, una joven rumana que llegó a ejercer como relaciones públicas de una cadena de prostíbulos y con la que inició una relación sentimental en 2010. Un año antes, Ernesto apareció besándose en una playa de Tailandia con una joven marroquí, Myriam Aboussahden, y aunque nunca más ha aparecido junto a Carolina, con quien ya llevaba años en zona de peligro, ni el divorcio ni tan siquiera la separación legal ha llegado. Dicen que Ernesto estaba obsesionado con Carolina desde que ambos eran jóvenes y aún solteros, pero ella nunca le hizo caso, hasta que a finales de los 90 la princesa de Mónaco empezó a verlo con buenos ojos, a él, a sus millones y a su condición de alteza real, frente al título de alteza serenísima, de menor grado, que ostentaba como miembro de la familia Grimaldi. Carolina aceptó casarse con Hannover pero ambos firmaron un contrato prematrimonial que, en caso de divorcio, dejaría temblando la fortuna de los Hannover de la que Carolina sigue cobrando sus rentas. Lo curioso del caso es que los dos hijos mayores de Ernesto de Hannover son ahora quienes controlan la fortuna familiar y mantienen un excelente relación con Carolina, madre de su hermana Alejandra.

Será cuestión de dinero, pero cuesta entender cómo la princesa Carolina, que en su juventud se puso el mundo por montera, acepta esa situación de casada sin marido y, encima, de primera dama de su hermano.