Me produjo ternura ver a Lomana en ‘Supervivientes’ confesando mientras nominaba que a veces se sentía muy desubicada entre la gente joven que había en el concurso.  Esos arrebatos de sinceridad respecto a la edad de gente entrada en años me parecen muy emocionantes.

 

Lo que le dije a Lomana cuando confesaba sus inquietudes lo sentía de verdad, no por hacerle la rosca: como espectador me gusta ver a gente madura en la televisión. Los jóvenes, generalmente, me aburren. Me gusta ver a gente que ha sufrido, que ha amado, que ha llorado, que ha reído, que ha mordido polvo, que ha tocado la gloria. Los sufrimientos de la gente joven –los conozco, también los he vivido– suelen ser muy superficiales, sin poso, fácilmente reconvertibles en estados de euforia a la primera de cambio.

 

Me está gustando Carmen Lomana en ‘Supervivientes 2015’. Suelta proyectiles con la misma delicadeza con que se pinta los labios y luego le sorprende que sus mortíferas palabras causen tanto revuelo. Corría el riesgo de que en un concurso tan extremo su personaje se fuera al traste pero puede estar contenta porque la leyenda no sólo continúa sino que se está acrecentando.