Paso un fin de semana raro. Entre la siesta y ver ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’ –qué bueno es Javier Cámara, me gustaría ser amigo suyo– quemamos el sábado.

Me gusta David Trueba: como director, como crítico de televisión pero, sobre todo, como escritor. Su novela ‘Saber perder’ es una de las mejores que he leído. El domingo me vienen a buscar a las 9 de la mañana para rodar un anuncio y no vuelvo a casa hasta las 5 de la tarde. Me sabe mal saber que P. está solo y al llegar a casa me doy cuenta de que me ha esperado para comer. Eso sí que es una prueba de amor: luchar contra el hambre hasta que llega tu pareja. No sé yo si la hubiera superado. Mientras almorzamos comentamos el caso de un amigo de nuestra edad –40 pasados– que se ha enrollado con uno de 20. P. dice que eso no lo entiende y se queda mudo cuando a mí se me hacen los ojos chiribitas imaginando cómo se lo debe pasar nuestro amigo con el muchacho. Yo me liaría antes con uno de 20 que con uno de 60 pero me reconforta saber que hay jóvenes a los que les gustan muy mayores porque a mí me quedan siete para cumplir 50 y convertirme, en el mejor de los casos, en un madurito interesante. Al caer la noche me entero de que mi amiga ha abandonado la UCI y ya está en planta. Vuelve la vida. Me voy a dormir un poco más alegre.