Por fin sale Ángel Ruiz al escenario y en cuestión de minutos se camela al público, que al final de la función se levanta instantáneamente de sus asientos para aplaudir su talento. Le aplauden, entre otros, Juan Valderrama, Miguel Poveda, Jaime Chávarri, Cari Lapique, Jaime Peñafiel. Miguel Albadalejo y una María Luisa Merlo entusiasmada por el jaleo que se había formado. “Qué bien que el teatro levante tantas pasiones, ha sido maravilloso”, exclamaba entre risas al ver las caras de circunstancia del equipo.

Llego a casa derrotado y P. intenta consolarme pero poco puede hacer. Así es la vida: entré al teatro y escuché varios “Te queremos” por parte del público que al instante se transformaron en gritos de “Sinvergüenza” para inmediatamente aplaudirme en cuanto me dejaron explicarme. Demasiadas sensaciones en muy poco tiempo. Puedo llegar a entender el malestar de la gente pero no comparto la forma que manifiesta su descontento. Tanto escándalo y tanta corrupción ha provocado que se haya instalado tal clima de desconfianza en la sociedad que lo primero que pensamos es que nuestro vecino nos roba.

Al día siguiente, los teléfonos no paran de sonar en la oficina de nuestra distribuidora. Nadie quiere dejar de tener en su ciudad la función que provoca tantas pasiones en Madrid. Yo llego a trabajar con la tensión por los aires y el médico me coloca un orfidal debajo de la lengua para calmar mi ansiedad.

Leo todo lo que se publica sobre el asunto y me reconforta ver cómo no sólo nadie aprovecha para repartir leña sino que se muestran comprensivos con lo que sucedió. Las muestras de cariño y solidaridad recibidas por los compañeros son más beneficiosas que cualquier ansiolítico. Renuevo mis votos de amor con la profesión.