Dice Ana Guerra en El País que lleva dos años haciendo terapia para poder gestionar al personaje. La popularidad y la terapia siempre han ido de la mano, pero en esta época más que nunca. Cuando te conviertes en una persona popular entras a vivir en una realidad para la que nadie te ha preparado, a no ser que seas la infanta Leonor o Paquirrín, que ya eran famosos desde que nacieron. Creo que la popularidad es destructiva para los tímidos, entre los que me encuentro. Primero te sienta bien porque te da una falsa sensación de seguridad. La gente te reconoce y tú puedes camuflar tu timidez gracias a esas muestras que al principio casi siempre son de afecto. Si tu exposición mediática no decae durante el paso de los años, se inicia ese proceso lógico de gustar a unos y no a otros, y entonces, si quieres permanecer en este negocio, no te cabe otra que empezar a formarte una y otra coraza para que los agentes externos –ya sean positivos o negativos– no te desestabilicen. Así, vas por la vida protegiendo tus sentimientos hasta que llega un día que te das cuenta de que te cuesta emocionarte. Y cuando te preguntas por qué acabas respondiéndote que no queda otra. Se lo he leído a Gonzo en Vertele: “En los tiempos que corren, si te dedicas a esto y tienes la piel fina, es mejor irse a casa porque no es psicológicamente soportable”. No creo que lo diga como queja, sino como la constatación de una realidad. Es la época que nos ha tocado vivir y sería una idiotez revolverse contra ella. Es lo que hay: si no te gusta, te largas. Es una buena enseñanza para los que se quieran dedicar a este negocio. Que sean conscientes de que una parte de su sueldo irá dedicada a psicólogos.