"Mi familia vino a Donosti para asistir al estreno de 'Desmontando a Séneca"

“Poca cosa”, decía mi hermana Ana. Aquello se convirtió en tal trasiego de platos que escandalizó hasta al propietario del local. Y para rematar, postres. Y mi hermana Ana poniéndose ciega de nata, algo inaudito en ella: “Ay, Jorge, es que con la edad –en febrero cumple 60– me dan ganas de dulce”. También le gusta lo salado y lo que no sea ni una cosa ni la otra. Vamos, que tiene saque. Al día siguiente, en el desayuno, veo que se mete en el bolso cinco botellitas pequeñas de aceite. “Pero, Ana, ¿qué haces?”, le pregunto. “Es que estos botecitos me van muy bien para aliñar mis ensaladas en el trabajo”. Tienen previsto quedarse un par de días más, así que calculo que puede volver a Badalona con dos o tres litros de aceite.

El jueves por la mañana nos hacemos unas fotografías en el imponente hall del Teatro Victoria Eugenia. Mi hermana Esther, que es más tímida que yo, anda un poco reticente. Y más desde que le advierto que a lo mejor nos dan portada en la revista. “Jorge, es que en el trabajo –cajera de supermercado– no todo el mundo sabe que soy tu hermana”. “Esther –le advierto compungido– es que a lo mejor nos dan portada”. “¿Portada?”, musita con un hilo de voz. “Pues mira, Esther, –tercia mi madre– si nos tienen que sacar en la portada que nos saquen”. Si fuera por mi madre, la revista debería hacer un desplegable con nosotros. “Bueno, pues compraré las revistas que lleguen al trabajo y, así, no las verá nadie”, resuelve entusiasmada mi hermana. A grandes males, grandes remedios.

El jueves, a las doce del mediodía, hacemos un último pase antes del estreno. Todo en orden. ¡Tenemos unas ganas de que lleguen las ocho! Tras el frustrado estreno en Córdoba, volvemos seis meses después. Todo llega, no hay duda. Quedo a almorzar con mi familia y acabo comiéndome media torrija con helado de vainilla. Esta noche no ceno.

Las noticias no pueden ser más alentadoras: hoy jueves colgamos el cartel de “No hay localidades”. Pero es que también lo haremos el viernes, el sábado y el domingo. Estoy contento como unas castañuelas. Llego al teatro una hora y media antes de la función, hacemos una última prueba de sonido y me encierro en el camerino. Un té con mi compañera Isabel, maquillaje y al escenario. Y durante la casi hora y media que dura la función soy uno de los hombres más felices del universo. Pocos lugares en el mundo provocan tanta paz como el escenario. Es un lugar seguro. Un lugar en el que aparentemente todo está bajo control y tu única y gozosa misión es confundirte con el público, emocionarlo, hacerle reír, conseguir que tenga la sensación de que haya valido la pena haber salido de casa para compartir un rato de vida contigo. Pienso en esa primera representación y una sonrisa me inunda la cara. Aplausos y público puesto en pie. Y muchísima alegría en todo el equipo por haber podido estrenar. 

La vuelta al hotel la hago caminando por Donosti con mi familia. Hace muy buena temperatura y gozamos el paseo. Hablamos de la función, de lo mucho que les había gustado, de la alegría que les da verme tan contento en el escenario. A mí también me da mucha alegría estar con ellos, pero no lo digo porque soy muy cardo. Terminamos en el bar del hotel celebrándolo. Primero, me pido un poleo y, luego, una manzanilla. Sí, me gusta vivir al límite.