Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

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Garófano

En mi barrio de Badalona conocí la solidaridad y generosidad

Viene Ágatha Ruiz de la Prada al ‘Deluxe’ y, en un momento de la entrevista, explica que ella había ido mucho a Badalona, a una finca de un familiar suyo. “Arnús”, me decía ella. “¿Una finca en Badalona?”, le preguntaba yo incrédulo. “Sí, sí. Con un lago y parque de atracciones”, respondía ella. No pude más que preguntarle si iba fumada, porque que en mi ciudad existiera una finca con lago y un parque de atracciones hace 40 años se me antojaba poco posible. Y que en esa misma finca hubiese estado varias veces la mismísima Ágatha Ruiz de la Prada me sonaba muy rocambolesco. ¿Me estaba diciendo que mientras en mi barrio se escuchaba a toda pastilla a Camarón y a Los Chunguitos había otra Badalona con fincas y lagos? Pues sí.

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Me tuve que meter en internet para enterarme de que Ágatha se refería a Ca l'Arnús, una finca que perteneció a Evarist Arnús y que se convirtió en parque público, he creído adivinar, en 2003. Dejé Badalona en 1995. Pero por más que rebusco en mi memoria no hallo ninguna referencia a ese parque. Nadie me habló de Ca l'Arnús siendo pequeño. Estoy convencido de que si se hubiera podido visitar nos habrían llevado de excursión en el colegio. Nada. Tal era la exaltación con la que hablaba Ágatha –“Badalona es lo más”, decía–, que por no reconocer esa ciudad idílica que ella retrataba dije que aquella Badalona era “una de las ciudades más feas de España”. Ni una cosa ni la otra.

Pido disculpas

He pensado mucho en Badalona estos días. Ya he contado que crecí en San Roque, probablemente uno de los barrios más complicados de la ciudad, sino el que más. Era una ciudad aparte dentro de la propia Badalona, repleta de gentes llegadas de diversas partes de España en busca de un futuro mejor. Era tan complicado encontrarse a alguien nacido no ya en Badalona, sino en Catalunya que a mi vecina del primero segundo la llamábamos “la catalana”. Y todavía no sé si porque hablaba catalán o porque era catalana. Su presencia en nuestro bloque era casi un elemento exótico.

Cuento esto para que os hagáis una idea de la procedencia de todos los vecinos que vivíamos allí. Nosotros no decíamos que íbamos al centro. Íbamos a Badalona, como si nuestro barrio no perteneciera a la ciudad. Y creo que de alguna manera así era. En Badalona, se hablaba catalán, había tiendas bonitas y paseábamos los domingos por la rambla. En San Roque, había bloques y bloques de pisos de dudoso gusto construidos en los años 60. Tiendas en las que se vendía de todo y bares un poco sombríos en los que jamás me tomé una caña, que es algo que en este ejercicio de memoria que he hecho estos días también me ha llamado mucho la atención. Si tomaba algo, era en Badalona, aunque a partir de los 18 años, y coincidiendo con la entrada a la universidad, solo salía por Barcelona. Era feliz en el anonimato de la gran ciudad.

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La imagen del San Roque de hace 40 años no es, desde luego, la de un sitio bonito. Pero era mi barrio, mi ciudad, y estoy orgulloso de haberme criado en un lugar en el que se tenía una estrecha relación con los vecinos. Un lugar en el que conocí el significado de conceptos como la solidaridad y la generosidad. Un lugar de personas sencillas y trabajadoras que se amparaban unas a otras para intentar mitigar la tristeza del desarraigo. No era un lugar un bonito, pero fue mi lugar en el mundo durante 25 años y me siento muy afortunado por haber nacido y crecido en él.

jorge javier casa Badalona
Garófano
Barrio de San Roque en Badalona
A. Garófano

Han derribado el piso en el que viví y, con él, parte de mi memoria quedará sepultada entre los adoquines de la plaza, el jardín o nuevos pisos que vayan a hacer. Mi ciudad particular desaparecerá, pero siempre quedará Badalona, un sitio al que voy menos de lo que debiera porque me recuerda demasiado a una época en la que no había ausencias familiares. Y también porque me transporta a unos años en los que no me sentía libre. Años en los que una parte fundamental de mi personalidad debía ocultarse. Pero eso no es responsabilidad de la ciudad, sino mía, y es algo que a estas alturas debo empezar a solucionar.

El sábado con Ágatha me traicionó la memoria. Confundí mi pasado con el presente de una ciudad que hace serios esfuerzos para mejorar y entiendo que la gente se enfadara con mis palabras. Para ellos, claro está, mis disculpas.

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