No recuerdo la última vez que tuve un día entero de descanso. Escribo estas líneas el domingo a las once de la mañana en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas. En breve embarco para Almería, donde representaremos la última función del 2018 de ‘Grandes éxitos’. Mañana volveré de Almería, pasaré por casa y rumbo otra vez al aeropuerto, esta vez con destino a Las Palmas de Gran Canaria.

El martes tengo una rueda de prensa para presentar la gira que haremos por las islas en enero de 2019. Y de martes a viernes tengo la agenda tan repleta que no me da tiempo a pensar, lo cual a veces agradezco. Me gusta esta vida. Me encanta el trajín, ir de un lado para otro, pasar los domingos fuera de casa actuando, cenar luego con la compañía. Si cuando era adolescente alguien me hubiera dicho que mi día a día sería así, cuántos quebraderos de cabeza habrían desaparecido de mi mente. Obsesionado por el futuro y por conseguir un trabajo fijo, me olvidé de disfrutar ese momento de mi vida. Me mataba un sentido de la responsabilidad demasiado exacerbado.

Aparte de llevar una existencia ajetreada, me rodeo de loquitos y loquitas que me divierten horrores, que diría una pija. María Jesús Ruiz es una de ellas. Ayer se sentó en el ‘Deluxe’ y me tronchaba con ella porque es un monumento andante al disparate. Nada de lo que cuenta es creíble pero no porque sea una mentirosa –que puede que también– sino porque tiene tal galimatías en la cabeza que la hace ser bastante torpe. Hay gente que la ve como una mujer interesada y dispuesta a cosas horribles –pasar un fin de semana en Lisboa con Gil Silgado– para conseguir unos prosaicos objetivos: mano de obra barata para pintar su recién adquirido piso en Andújar. Pero luego todo le sale muy mal en plan divertido, como de personaje de tebeo. María Jesús es una mujer entrañable. Me gustaría que en los cómics en los que aparecían Zipi y Zape, las hermanas Gilda y Doña Urraca hubiera viñetas contándonos sus peculiares andanzas.