La primera entrevista que vendí a un medio importante se la hice a Loles León, allá por el Pleistoceno. Yo era un pipiolo que hacía mis pinitos y Loles vino a Barcelona para colocar un condón gigante a un buzón de correos de las Ramblas con el fin de concienciar a la gente contra el SIDA. Le pedí una entrevista y me la concedió en una habitación del hotel Colón.

Recuerdo que le pregunté si no estaba harta de tener una imagen tan transgresora y me respondió: “Oye, la Macarena lleva miles de años con la misma imagen y nadie le ha dicho nada”. Me compró la entrevista la revista ‘Tiempo’ –cuando la revista era la bomba– y me pagaron veinte mil pesetas, un dineral.

El sábado viene Loles a cenar a casa con Maeso y lo primero que hace es echarme la bronca porque no recuerdo lo suficiente –públicamente, quiero decir– este hecho. Pasamos una noche brutal. Loles en estado puro es oro: cáustica, divertida, reivindicativa y mandona. Hablamos de todos y de nada. Pasamos revista al universo farandulero y cortamos cientos de trajes.

Cuando se va me quedo con un regusto agridulce. La crisis también se ha cargado el universo verbenero que formaba la troupe Almodóvar: Bibiana, Rossy, Elena Benarroch, ella misma. Ya no queda nada. Quizás porque nunca lo hubo.