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Ochenta y tantos días en ‘Supervivientes 2015’ recibiendo críticas por su carácter pusilánime y al llegar al plató tras ser expulsada se mete a todo el público en el bolsillo después de media hora de entrevista. Isabel II es la persona con más luz de todo el Universo Pantoja. Desconozco qué ha visto y qué ha vivido pero lo que sí sé es que todo eso no la ha convertido en una mujer rencorosa. Y podría haber sido así. Isabel II se enteró, entre otras cosas, al llegar a plató de que su madre no la llamó por teléfono para darle ánimos aunque estaba de permiso, y que su hermano Kiko no había ido a recibirla porque no llegó a un acuerdo económico con la productora. Harta de que se aprovecharan de su silencio, pegó un zapatazo al suelo y manifestó con contundencia que no le gustó lo de su madre ni la ausencia de su hermano. La niña está acostumbrada a ver en casa que nadie mueve un dedo si no es por interés pero me gustó de ella que ese tipo de comportamientos familiares le sorprendan cuando entran en juego los afectos. No merecía estar tan sola en el plató. No merecía que su madre no la llamara, que su hermano no estuviera allí para recibirla con un abrazo. Que su novio no se dignara a esperarla en el camerino –ya que no quería pisar un plató– por un ataque de cuernos. Aunque he sido muy crítico con el papel de Dulce, entiendo que Isabel tenga ese vínculo tan especial con ella. Tan fuerte. Tan indestructible. Sin conocer de nada a Isabel II, me dieron esa noche ganas de abrazarla, de achucharla, de protegerla. En todo el enrevesado entramado Pantoja, Isabel II es hoy por hoy una pieza pura. Una mujer que lucha por hacerse oír y respetar en un territorio que no le es propicio. No me gustaría que acabara como su hermano Kiko, saltando de plató en plató poniendo verde a todo quisqui por un puñado de euros. La imagino más inteligente que todos sus familiares juntos. Ojalá que quien la lleva le haga ver que no tiene que poner un precio a cada uno de sus movimientos.