Se llama Juanita y nos trae locos. La tenemos de acogida. El 14 de septiembre se la llevan a Finlandia y creo que cuando se vaya lo vamos a pasar fatal porque nos robó el corazón desde el mismo momento en que puso una pata en casa. Juguetona, cariñosa, guapa a rabiar. El único que no la soporta es Travis, que cada vez que Juanita se le acerca le pega un bufido que la deja seca. Ella, inasequible al desaliento, no se da por vencida e intenta día tras día ganarse su cariño, pero él está de nones desde que la conoció. Le pasa con todos los cachorros: no los soporta. Yo le riño cada vez que le ladra, pero luego pienso que yo soy igual con los niños pequeños y me relajo.

Me ha hecho pensar el comportamiento de Travis. Y he llegado a la conclusión de que el problema no lo tengo con los niños, sino con esos padres que no ejercen de tales y dejan que los niños campen a sus anchas en restaurantes, hoteles o ambulatorios. Los niños son niños y hacen niñerías, pero no todos los padres son padres. Algunos abdican de sus responsabilidades y hartos de lo que supone la paternidad dejan que los críos se conviertan en bárbaros y hagan la vida imposible a hombres y mujeres de buena voluntad. Hay gente que no debería tener hijos. No están preparados ni lo estarán en su puñetera vida. Se procrea ‘a la babalá’, que diría Yolanda Ramos en ‘Paquita Salas’, y así te encuentras con que padres cafres tienen hijos sin ton ni son, porque sí, porque no miden la responsabilidad que implica traer un nuevo ser al mundo. De hecho, estoy convencido de que, si se hicieran tests para determinar si una pareja está o no preparada para convertirse en padres, la mayoría de ellas no lo superarían.