He ido varias veces a Nueva York pero muy poco tiempo, así que conozco poco la ciudad. La primera vez fui para un día y medio. Por aquel entonces trabajaba para El Mundo y me enviaron para entrevistar a Celia Cruz. Recuerdo que me sorprendió verla aparecer en las oficinas de su casa discográfica. Nada que ver con su extravagante imagen encima de un escenario: llegó arrastrando los pies y un bolso tan grande que parecía que venía del mercado después de haberlo comprado todo. No la recuerdo especialmente simpática. Yo intentaba darle hebra mientras el fotógrafo preparaba la sesión pero ella estaba más interesada en discutir de una manera muy prosaica con su manager los arreglos de un disco porque le parecían muy elevados de precio.

Esa primera vez me retuvieron en una incómoda sala del aeropuerto cerca de una hora y media antes de dejarme entrar. No entendía nada. Intentaba preguntar qué sucedía y me mandaban callar de muy malos modos. Lo que son las cosas, ahora es a P. al que le retienen cada vez que pisamos Estados Unidos. Se coge unos rebotes del quince y yo, como canta Mocedades, callo y miro al cielo. Pero esta vez va a ser distinto. Desde que decidimos venir a pasar la Semana Santa hemos hecho terapia para no cabrearnos nada más llegar. Hemos dado por sentado que le pillarán y perderemos dos horas antes de llegar al hotel pero también hemos decidido que no montará el número y se portará como un caballero. Falta una hora y media para aterrizar en el John Fitzgerald Kennedy. En el vuelo me he visto La La Land y me he tenido que poner las gafas de sol para que el resto del pasaje no me viera llorar como una magdalena. P. se ha echado una siesta, supongo que para cuando le agarre la policía le pille fresco.

CAZADOS

Después de mucho aventurar cómo sería nuestra llegada a Nueva York nada sale como imaginábamos. Como era de esperar a P. lo llevan a una sala tras inspeccionar su pasaporte pero el caso es que a mí también me enclaustran. A P. lo dejan suelto en un plis plas y a mí me retienen un poco más. Advierto que dos policías miran mi pasaporte e inmediatamente dirigen hacia mí sus miradas. Repiten la acción unas cinco veces. En otro contexto pensaría que quieren ligar. Uno de ellos me llama y me dice que estoy muy cambiado con respecto a la foto del pasaporte. “¿A mejor?” le pregunto yo todo cándido. Estoy a punto de decirle que tengo la piel más jugosa gracias a los tratamientos que me hago en Massumeh pero prefiero no tensar la cuerda y opto por permanecer en silencio. Al final me deja pasar no muy convencido.