Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

'El mundo de Jorge Javier'

Cuando el director de Lecturas me llama para ofrecerme estas páginas, P. me dice: “No lo hagas. Acuérdate de los quebraderos de cabeza que te daba escribir para ‘LOC”. Tengo mala memoria para recordar los malos momentos y me cuesta rechazar un trabajo. Además, tener la cabeza ocupada me ayuda a no perderme en pensamientos siniestros. “Haz lo que quieras. Pero como te vea escribiendo un fin de semana la tenemos”. Así que los sábados por la mañana, como él trabaja, aprovecho para darle a la tecla. A mis 43 años me asombra tener que hacer cosas a escondidas de mi novio.

Mis perros, mis hijos

En mi casa nos reíamos mucho de mi tía Carmen, porque no soltaba a Iris, su perra, ni para mear. No entendíamos la pasión que sentía por el animal y cuando nos cachondeábamos ella, que era una bendita, se limitaba a sonreír. Estoy convencido de que pensaba para sus adentros “ya os enteraréis, ya”. Intuyo que se está vengando desde el cielo. Primero nos mandó a Pronto, un cocker spaniel que pasó con mi madre cerca de 15 años. Murió hace ya tres, pero evitamos hablar de él porque nos ponemos a llorar. Nos pasó este verano, en la terraza de mi hermana Ana. Apareció su nombre y tuvimos que cambiar de conversación para no acabar abrazados consolándonos los unos a los otros. Mi madre no tiene fotos de sus hijos en su habitación, pero sí una de Pronto. Tras Pronto llegó Nina, una schnauzer que a los pocos días de cogerla pilló un virus que estuvo a punto de mandarla al otro barrio. Yo estaba en Londres de fin de semana y se me rompía el alma cuando me llamaban para darme el parte: “La he dejado ingresada, Jorge, no sé yo si va a salir. Si le pasa algo no quiero más perros, esto es muy duro”. Sobrevivió y ahora es toda una mujercita que adora a mi madre. A mi casa llegó primero Cartago, un galgo al que encontraron vagando por Cartagena. Al principio no quería que se subiera al sofá, pero ahora, como me descuide, me lo encuentro un día tocando el piano. Es listo como todo el hambre que ha pasado y tiene gestos humanos. Tras Cartago llegó Lima, la hembra. Venía de una perrera y desconocía lo que era una caricia: desconfiada, tensa, gruñona, huidiza. No entendía que le costara acercarse a mí y un día, armándome de valor, le comuniqué a  P. un pensamiento que me rondaba por la cabeza: “A lo mejor es que está enamorada de mí y le da vergüenza estar a mi lado”. P. se descojonó en mi cara y a mí me dio rabia que se descojonara, así que ese día me desenamoré un poco de él por no haber estado a la altura de mis inquietudes. Lima no nos deja ahora ni a sol ni a sombra, en especial a mí. Donde las dan, las toman. El sábado vinieron Marisol y Antonio a pasar el día a casa y P. y yo nos quedamos un poco raros cuando se largaron: nos pasamos el día entero hablando de los perros lo mismo que los matrimonios martirizan a sus amistades con las gracias de sus hijos. Pero vamos, no es porque sean nuestros, pero Cartago y Lima son mucho más graciosos que algunos hijos de nuestros amigos.

Noches de dolor

Decido lanzarme a las calles con Adrián y Óscar para celebrar algunas buenas noticias. Las ganas que teníamos de quemar Madrid se van diluyendo conforme van pasando las horas. Hace una noche horrorosa –lluvia incluida– y parece que la gente ha preferido quedarse en casa en vez de lanzarse a la aventura. En uno de los bares nos hablan de un local que está situado en un primer piso: como tiene pinta de antro allá que nos dirigimos, pero al tocar el timbre no responde ni Dios. Decidimos, a la desesperada, acabar en el Why Not, que es el único sitio de Madrid que conozco que siempre está lleno. Sí, sí. Haciendo gala de mi proverbial sentido democrático, a la una y media decido levantar el campamento porque contándonos a nosotros somos siete en el bar. Con lo que yo he sido, que nadie conseguía sacarme de un bar desierto porque era de los que decía “Tranquilo, que se llena” . Vuelvo a casa encabronado. Parece que queda poco rastro de esa ciudad canalla que tanto disfruté.

Sabina

Al día siguiente aparece en casa Ángeles Aguilera, de Planeta, con el último libro de Joaquín Sabina,‘Muy personal’, dedicado por el mismísimo autor. Un sábado me lo encontré en un restaurante y me saludó un tanto apurado porque en una entrevista dijo que no entendía cómo malgastaba mi talento presentando los programas que presentaba. Él intuía que podrían haberme molestado sus declaraciones, pero yo le intenté explicar que el hecho de que alguien como él pensara que yo tenía talento me parecía inaudito. Al despedirnos, me imploró entre carcajadas que siguiera haciéndole preguntas de cultura general a Kiko Hernández. Adoro a Sabina, pero hay muchas canciones de él que ahora no puedo escuchar porque me come la nostalgia. Son las canciones que me remiten al Madrid que tanto me gusta: al de la calle Atocha, al de Tirso, al de las barras de bares atestadas de gente, al de las borracheras sin fin y al de los amoríos con fecha de caducidad. Descubro, a mi pesar, que salir por la  noche ya no me divierte como antes. Estoy enterrando una etapa, toca pasar el duelo y acomodarse a vivir de otra manera. A veces me cuesta.

Nueva vida

De soltero salía casi todas las noches. Ahora, casi ninguna. P. y yo cenamos en casa, nos abrimos una botella de vino y durante la cena casi ni la probamos porque nos gusta llevárnosla al sofá y bebérnosla dando vueltas sin descanso por los canales de televisión. Pillamos ‘La sonrisa de Mona Lisa’ y al ver a Julia Roberts no puedo evitar decir: “Qué guapa es esta chica”. A lo que P. responde: “Es que además de ser guapa tiene algo que engancha, no puedes dejar de mirarla. A mí me pasa lo mismo contigo”. Al principio de nuestra relación me hubiera mensajeado con mis amigos contándoles la preciosidad que me acababa de decir mi novio. Ahora me limito a sorber un trago de vino preguntándome en qué medida, del uno al cien, me estará tomando el pelo.

Loading...