Ahora que ya ha salido de la casa de ‘Gran Hermano VIP’ –bueno, ha abandonado, como en ‘Supervivientes’– debe pedir hora con Isabel Preysler para que le instruya sobre el valor del silencio y la importancia de saber dosificarse si  quiere seguir viviendo de su imagen. A Kiko Rivera le vienen diciendo que es gracioso desde el principio de los tiempos y él se lo ha creído. No digo que no lo sea pero posee una gracia demasiado localista y demasiado repetitiva: puede llegar a gustar como aperitivo pero produce hartazgo como plato principal. Tenía madera de showman –cae bien, sabe reírse de sí mismo– pero el principal problema de Kiko Rivera es que no mide sus fuerzas. Protagonizó un documental para Telecinco y quedó fatal. No contento con eso acepta participar en un reality que nos permite estar al tanto de cada uno sus movimientos –escasos, por otra parte– las veinticuatro horas del día. Si eso no hay ser humano que lo resista él tiene todavía menos posibilidades para superar la prueba.

 

Aquel muchacho que hace algunos años nos hacía sonreír con su ingenuidad se ha convertido en un hombre resabiado, clasista, muy poco preocupado por lo que pueda llegar a suceder fuera de su de su pequeño universo y, por lo tanto, incapaz de mantener una conversación mínimamente interesante. Además de machista, quizás un poco misógino y con unos valores estéticos francamente discutibles. Veremos si cuando salga del encierro es capaz de replantearse su existencia o si se sacudirá las críticas escudándose en que sus enemigos le envidian por apellidarse Pantoja. De momento, en la entrevista que le dio a Jordi en ‘El Debate’ estuvo bastante convincente. Kiko Rivera gana cuando se pone serio. Sería muy positivo para él que no se viera obligado a ser el cascabel de cualquier fiesta.