Si algo ha caracterizado siempre a Silvia Abascal ha sido su valentía y coraje en lo profesional y en lo personal. En un momento de equilibrio total, y con tan solo 32 años, sufre un ictus o derrame cerebral durante la clausura de la 14 edición del Festival de Cine Español de Málaga que le trunca en ese momento todos sus proyectos de vida. Después de dos años de lucha se decidió a escribir ‘Todo un viaje’ (Temas de Hoy) y nosotros tuvimos la suerte de hablar con ella de este libro y de su lucha.

¿Ha sido doloroso recordar todo lo que sucedió para escribir el libro?
No, en absoluto. Todo lo contrario, escribir para mí ha sido un ejercicio liberador, me ha conectado diariamente con la valoración del proceso, porque cada revisión de texto me enfrentaba a dónde estaba ayer y a dónde estoy hoy. Escribir este libro ha sido un proceso que he disfrutado de principio a fin.
Recordamos aquel día en el Festival de Málaga, cuando sufriste el ictus. ¿Cómo sucedió todo?
Fue algo absolutamente inesperado. En el festival, justo antes de salir hacia la alfombra roja. Un profundo latigazo desde los oídos hasta el centro de la cabeza. Yo no sabía que estaba sufriendo un derrame cerebral, pero tenía claro que algo más que importante se estaba produciendo en mi interior. Tuve mucha suerte al producirse en un momento en el que estaba rodeada de gente y a cinco minutos de un hospital. Estoy agradecida a cada una de las casualidades que se dieron en mi ‘billete de ida’.
De ahí te trasladan a Madrid donde te explican las posibles operaciones y eliges la más agresiva, la de abrir la cabeza. ¿Por qué tomas esa opción?
Era la más agresiva y traumática de las tres opciones con las que contaba, pero era la única que me aseguraba la eliminación total de mi malformación congénita. Con 32 años, eran muchas las posibilidades de sufrir un nuevo sangrado a lo largo de mi vida. Así que no tuve que pensármelo. Es una operación muy compleja y delicada porque adentrarse en la cabeza conlleva riesgos vitales, pero no quería vivir con una luz roja permanente recordándome que en cualquier momento podía volver a sufrir una hemorragia. ¿Hay que operar? Sí. Pues vamos.
La operación te trae una serie de secuelas como visión doble, ruidos en los oídos…, que te impiden una movilidad normal. ¿Es dura la recuperación?
Un daño cerebral no solo condiciona aspectos físicos, sino también mentales y emocionales, ya que nuestro cerebro piensa y siente. El que lo haya sufrido o tenga un familiar en esta misma situación lo sabe bien, la recuperación no es un intensivo de un par de semanas. Requiere de meses, años; de un tiempo indefinido... Hace falta paciencia, trabajo y ante todo, confianza.
De repente oyes poco y tienes que leer los labios de los demás. ¿Fue un momento dramático?  
La falta de audición es una limitación mucho más compleja de lo que imaginamos, es un sentido importantísimo que tanto en mi viaje como en el libro ocupa un lugar esencial. Perdí la audición en el oído derecho y me quedé con muy poca en el izquierdo. Sin leer los labios de las personas que me hablaban o con la luz apagada, estando de espaldas o en un cuarto cercano, dejaba de oír. La música, de la que soy una apasionada amante, también dejé de escucharla. Eso de ponerte los auriculares y no escuchar nada… O solo oír los acúfenos, que son los sonidos que yo tengo en la cabeza… Es un pellizco emocional importante, pero aquí estoy ahora: escuchándote. Por los dos oídos.
Por desgracia, has tenido que atender a mucha gente querida y en el libro dices “yo no estaba preparada para ser la que necesitara todo tipo de atenciones”.
Es verdad, soy cuidadora o hasta entonces lo había sido. Pero esto de dejarse cuidar también tiene su aprendizaje. No siempre es sencillo. Surge el querer intentarlo, el querer hacerlo todo uno solo... Y no, hay que ser consciente de tu nueva realidad, relajarte y sacar la humildad para poder decir:“de momento no puedo hacerlo sola, necesito tu ayuda”.
Y en eso han sido fundamentales tu madre, tu hermana, tu hermano y sobre todo tu chico. Han sabido entender, estar ahí, respetarte. Porque cuentan que eres un poco cabezona...
(Risas) Sí... Ahí han estado siempre, incluso en mis decisiones más bravas. Sé que yo como cuidadora no hubiera tolerado tan bien como ellos tantas decisiones independientes.
Cuentas que en la pared del hospital tenías colgada la foto de un león. ¿Por qué?
Me encantan los felinos. Por su fuerza, pero también por su sutileza, su dignidad. Los leones me hipnotizan. Recuerdo que era una fotografía grande en blanco y negro, una que me había regalado mi chico unas semanas antes de mi accidente. La colgamos en la pared de la habitación del hospital Gregorio Marañón para que fuera lo primero que viera al despertarme. El retrato de un león. Con toda su fortaleza y serenidad.
Dices que uno de los sentimientos que te ha dejado este viaje es el amor.
Sin duda. Y no solo el de mi pareja o el de mi manada, también el de los amigos, el de los compañeros de profesión, el del público, que es algo que me llama todavía más la atención, porque solo me conocen a través de mi trabajo. En este terreno, no he podido recoger una cosecha más abundante.
Hay una fecha clave en tu vida. Un 19 de febrero de 2012 muy especial, los Goya. Tu primera aparición tras la operación.
Fueron diez minutos, pero estuve entrenando desde dos meses antes. Mantener el equilibrio subida a unos tacones, moverme con un vestido de noche, el sonido… Porque después de recuperar mi audición pasé a la hiperacusia, que es una sensibilidad tremenda, muy aguda, que no te permite tolerar con normalidad el sonido ambiente. Por lo que enfrentarme al parque ferial, a un aplauso tan tremendo…, tenía su considerable dificultad. Pero por suerte, todo salió bien. Fue muy emocionante, una noche mágica. En el escenario no necesité mucho tiempo para expresar lo que quería decir, que era dar las gracias y expresar mi alegría por estar. Solo eso… Estar.
Tu primer reencuentro con el teatro, el poder escuchar una función completa, fue en el Teatro Español de Madrid.
Fue la ‘primera’ función que pude ver entera, ‘La Avería’. La vi con tapones y con cascos encima de los tapones y aún así, el sonido en determinados momentos se me hizo desbordante. Pero pude verla de principio a fin. Estaba sentada en primera fila, en los aplausos miré a los actores, ellos me vieron a mí… fue emocionante. Todavía empotrada en la butaca y con los tapones puestos, llegó el abrazo sorpresa de Blanca Portillo, que para mí es una fiera del escenario, la admiro y respeto, es una actriz mayúscula. Aquel día al volver a casa, no conseguí dormir nada con tantas emociones y frecuencias, pero estaba feliz con el paso que acababa de dar.
En el libro dices que no te vas a cansar nunca de decir ‘te quiero’ y ‘gracias’.
Sí, son dos expresiones constantes en mi camino. Quizás desde fuera lo que me ha ocurrido solo pueda verse como una tremenda desgracia o trauma, y sí, por supuesto que es un proceso complejo, difícil, pero ante todo siento agradecimiento. Ha sido una lección de vida, de amor, superación, fuerza, humildad… E independientemente de su forma, es un profundo aprendizaje que agradezco.
¿Cómo se destierra el miedo?
¿El miedo? (Silencio) No sé cómo, no sé cuál será la fórmula. Pero sí creo que la actitud positiva necesita voluntad. Con el miedo uno tiene que poner de su parte. Se necesita orientar a la mente, estimularla para alejarse del miedo ya que es un sentimiento que no construye. El miedo paraliza y derrocha nuestra energía.
El libro hace una reflexión final sobre la vida y la muerte. Hay tal serenidad en lo que cuentas, que pone los pelos de punta...
No sabes cómo me alegra escuchar eso… Para mí el capítulo final es muy importante. En él quería alejarme de mi circunstancia personal, concentrarme en una reflexión superior. Vida, muerte, humanidad. Nuestra asombrosa capacidad de superación y nuestra permanente vulnerabilidad. Poder reflexionar sobre ello fuera de intensidades y dramatismos. Como he intentando hacerlo a lo largo de todo el libro, con serenidad. Simplemente poner en alto toda la emoción que implica ‘viajar’.