Han pasado cinco años desde que Miguel Ángel Silvestre mató a ‘el Duque’,  el personaje que le convirtió en el mayor ‘sex symbol’ que nuestro país había visto en mucho tiempo. Y decimos que lo mató porque por expreso deseo del actor el personaje abandonó la serie. Miguel Ángel no podía más con la presión de la fama, con el tener que acudir con ocho guardaespaldas a todos los actos. Hoy día, Miguel Ángel se siente con la madurez suficiente para encarar a otro galán televisivo. Ha cambiado al narcotraficante de buen corazón de ‘Sin tetas’, por el emprendedor heredero de unas galerías de moda en ‘Velvet’. Hay cosas, sin embargo, que no cambian: en las dos series sufre –y mucho– por amor. En la vida real, las cosas del corazón tampoco son el fuerte de Miguel Ángel, el galán solitario al que solo le hemos conocido dos novias y ningún romance pasajero.   

Con una mujer mayor

Miguel Ángel iba para tenista, pero una lesión encaminó sus pasos hacia la interpretación. Su primera parada fue en la serie ‘Motivos personales’, donde conoció a la que sería el primer amor de su vida, la actriz Belén López, 12 años mayor. Él tenía 22 años. Ella 34. Fue un flechazo instantáneo que se tradujo en una relación muy discreta, de la que, sin embargo, han quedado unas imágenes subidísimas de tono: las escenas de cama que protagonizaron en la película ‘La Distancia’.
Salieron durante un año y retomaron la relación tres años después. Durante la primera etapa, no llegaron a vivir juntos. De hecho, las constantes visitas de los padres de Miguel Ángel a Madrid se lo hubieran puesto difícil. La segunda vez, sí convivieron, pero la relación acabó encallada. Tras romper, mantuvieron la amistad. En enero pudimos comprobar cómo Miguel Ángel felicitaba a Belén por su nominación al Goya.

Belén López
Gtres

El día que mató a ‘el duque’

Y un día llegaron al buzón de Miguel Ángel el guión de ‘Sin tetas no hay paraíso’ y el papel de ‘el Duque’. Fue una explosión nuclear. Fue el fenómeno fan más salvaje que se recuerda. “Me pilló desprevenido. Llegaba al plató y lo pasaba bomba, pero al salir había que lidiar con la presión”, comentó en su día.
El 8 de enero de 2009 es una fecha grabada a fuego en la mente de Miguel Ángel Silvestre. Aquella noche ‘el Duque’ se despidió de ‘Sin tetas no hay paraíso’ ante más de 5,5 millones de espectadores por petición del propio actor. Miguel Ángel, después de llorar muchas veces y pensar en acudir a terapia, se colgó la mochila a la espalda y desapareció casi dos años. Kenia, Marruecos, Portugal, Grecia, Francia, Italia, Costa Rica, Estados Unidos e Indonesia fueron algunos de los países que visitó durante este viaje en que volvió a mirar a la gente a los ojos sin ser reconocido. Descubrió el surf –tomó la primera ola en Bali– y conectó “con el niño que, dentro de mí, estaba temblando”.
Tras su viaje, han sido contadas las veces que Miguel Ángel ha nombrado ‘Sin tetas no hay paraíso’ y ‘el Duque’. Generalmente se ha referido a ellos como “esa serie” y “ese personaje”. Así de profunda fue la herida que dejó en él su papel de galán televisivo. Desde entonces hasta ‘Velvet’ se había dedicado prácticamente por entero al cine, y fue en una película, ‘The Pelayos’, donde su camino se cruzó con el de Blanca Suárez.  

El amor que no pudo ser

La historia de amor de Miguel Ángel y Blanca es de las que más nos han hecho suspirar. Que se querían con locura se podía casi palpar en aquellas imágenes que nos regalaron paseando en bicicleta en Tailandia o en una espectacular puesta de sol en las playas de Portugal. Que chocaban sus temperamentos, lamentablemente, era igual de cierto. A lo largo de sus tres años de relación se sucedieron las peleas, las lágrimas y las reconciliaciones, fuera en las nevadas calles de Nueva York o en una escapa para practicar surf en Cádiz. Había algo pueril, casi antinatural, en su empeño en no posar juntos en las alfombras rojas. Ni lo consiguió Pedro Almodóvar, que los fichó a ambos en ‘Los amantes pasajeros’. Tras muchas crisis, hizo falta la aparición de una tercera persona, Dani Martín, para darle la puntilla a un amor que no podía ser.