Y lo de crispación no lo decimos por las bromas de ganchos de derecha que le gastaron todos los invitados al pobre Syvester Stallone, que ya tiene que estar de la coñita hasta las orejas, sino del ambiente que se vive en Hollywood por la marginación a las minorías raciales. Este año no hay candidatos de color a recoger el Oscar, y gente tan poderosa como Spike Lee o Will Smith lo han criticado duramente, de ahí que hayan rehusado participar en la fiesta del cine americano como forma de boicot.

Si el año pasado Patricia Arquette aprovechó para dejar patente las desigualdades de trabajo y sueldo que se dan en la meca del cine entre actores y actrices, este año son los afroamericanos los que piden una mayor representación. Personajes interpretados por gente negra e historias contadas por ellos. El racismo aún es un tema sobre el que se pasa de puntillas en Hollywood, a donde uno acude a cumplir el sueño americano. Pero olvídate de él si no eres caucásico o un hombre. Un sueño, como veis, para solo unos pocos.

Y mientras unos boicoteaban los fastos, otros estaban en una nube de glamur ajenos (o sin querer entrar demasiado) a la polémica. Muchos desean que este tipo de cosas no les salpique para no resultar molestos a la industria, porque eso puede cavar su propia tumba. Así estamos en pleno siglo XXI y viviendo en la era de la libertad de expresión. Como veis, el miedo es algo mucho más potente.

Así que los nominados este año brindaron, se dieron la enhorabuena y se desearon toda la suerte del mundo (ojalá te lo den a ti, no a ti, no a ti, en serio, a ti…) y fingieron que no pasaba nada. Ya veréis cuando la bomba explote el 28 de febrero.

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