El divorcio de la infanta Cristina: una ruptura con Iñaki Urdangarin que nada se parece a la de la infanta Elena

La infanta Elena y la infanta Cristina han tenido que hacer frente a las rupturas y posteriores divorcios de Jaime de Marichalar e Iñaki Urdangarin, pero cada una lo ha afrontado de manera totalmente diferente

Las infantas Cristina y Elena
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Jara Bravo
Jara Bravo

Redactora digital de Lecturas

Una ruptura, no digamos con divorcio de por medio, nunca es fácil de gestionar. Aunque sea de mutuo acuerdo o haya cordialidad, poner fin a una relación no es un plato de buen gusto para nadie. Eso sí, hay muchas formas de enfrentarse a ello de acuerdo con las circunstancias y el carácter de cada uno. Un claro ejemplo son la infanta Elena (60 años) y la infanta Cristina (58 años). A pesar de tener personalidades distintas, las hermanas han vivido algunos momentos paralelos en sus respectivas vidas. Uno de ellos ha sido el divorcio de los que fueron los padres de sus hijos. Elena y Cristina han tenido experiencias totalmente opuestas en cuanto al fin de sus matrimonios y cómo han continuado tras ellos. ¿En que se diferenciaron? Lo analizamos.

El hermético divorcio de la infanta Elena con Jaime de Marichalar

El 13 de noviembre de 2007, la Zarzuela anunció algo que jamás creyó que debería comunicar: la infanta Elena y su esposo, Jaime de Marichalar, habían decidido "cesar temporalmente su convivencia". Un eufemismo para referirse a la separación definitiva de los padres de Froilán (25 años) y Victoria Federica (23 años) que acabaría en un divorcio formal tres años después. Su historia de amor nació en París en 1993, después del intenso noviazgo de la infanta con el jinete Luis Astolfi. Marichalar trabajaba en la banca, mientras que Elena estaba estudiando un posgrado en la ciudad de la luz.

Aunque al principio parecía que lo suyo solo era una amistad, la hija de la reina Sofía disfrutaba cada vez más de la compañía del economista. “Era divertido a su manera y muy inteligente. Sabía mucho de moda y de cosas que ella no conocía, así que era didáctico y a la vez ameno”. contó Nuria Tiburcio en su libro Elena, la infanta castiza. Poco después de empezar a salir, en noviembre de 1994, se anunció su compromiso que se formalizaría con su boda en Sevilla un año más tarde.

Infanta Elena y Jaime de Marichalar
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La llegada de Jaime a la familia fue motivo de alegría e ilusión... excepto para el rey Juan Carlos. Según Tiburcio, el entonces marido de Elena empezó a notar los desaires de su suegro. “No eran evidentes, pero sí había comentarios por lo bajo o  miradas de reojo cuando él daba su opinión sobre algún tema. Jaime se sentía muy mal en aquellas situaciones, aunque nunca decía nada. Se limitaba a cumplir con lo esperado”, relata la autora.

Su divorcio llegó con la misma inesperada rapidez, pero causando un gran revuelvo por ser la primera divorciada de la realeza española. Eso sí, las razones de la separación no se debieron a ningún hecho jugoso, como una infidelidad, sino por diferencias irreconciliables que derivaban en desavenencias entre el matrimonio. La tensión se incrementó en 2001, después de que Jaime de Marichalar sufriera una isquemia cerebral mientras realizaba deporte. A pesar de esto, la relación entre ambos durante y después del divorcio fue de total cordialidad, buscando lo mejor para ellos y sus hijos.

Además, ambos coincidieron en querer llevar a cabo una separación discreta. Un hermetismo para mantener los detalles de su divorcio fuera de los medios de comunicación. El único dato que trascendió fue la acusación de la infanta, señalando que Marichalar consumiría drogas para poder solicitar la nulidad canónica. Silencio y discreción que hicieron que no hubiera grandes escándalos ni titulares alrededor de la separación.

Una vez formalizada, la infanta Elena siguió adelante con su vida. Se volcó en su trabajo en la Fundación Mapfre y en el cuidado de sus hijos, que ya habían comenzado a protagonizar algunos titulares. De esta manera, la infanta antepuso las ganas de seguir adelante a la pena por poner punto y final a su matrimonio.

El divorcio de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin: infidelidad, drama y escándalos

Si el divorcio de la infanta Elena se caracterizó por su hermetismo, el de la infanta Cristina ha estado expuesto al ojo público desde el primer minuto. El infierno de la hermana más pequeña del rey Felipe VI llegaba con la publicación de las fotos de Iñaki Urdangarin (55 años) y Ainhoa Armentia. Unas imágenes que truncaban todas las esperanzas de la infanta Cristina que esperaba poder retomar su vida con el cumplimiento de la condena por parte de su marido. El escándalo fue mayúsculo y doña Cristina decidió terminar su matrimonio. A pesar del gran amor que aún sentía por el padre de sus hijos, la traición fue mayor.

Sin embargo, la separación no fue inmediata. Siendo Irene, la benjamina de la familia, aún menor de edad, Iñaki y Cristina decidieron esperar a que cumpliera los 18 años para firmar los papeles del divorcio. Además, así podían negociar varias condiciones del divorcio. Pero, a pesar de que la joven cumplió la mayoría de edad el pasado junio, la infanta y el exdeportista aún no han formalizado su divorcio. De hecho, la revista Lecturas anunciaba hace algunos números que la infanta habría paralizado el divorcio, según Pilar Eyre.

Infanta Cristina e Iñaki Urdangarin
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Por si esto fuera poco, su separación ha sido seguida muy cerca por los medios de comunicación. Desde su relación actual a partir de algunos encuentros por sus hijos hasta la negativa de la infanta a que sus hijos conozcan a Ainhoa han estado en el punto de mira. Un ejemplo fue la semana pasada durante el 60 cumpleaños de la infanta Elena, donde Cristina apareció tapándose la mano izquierda, donde podría llevar aún la alianza de boda de Iñaki Urdangarin. Un gesto con el que la infanta demostraría que sigue aferrándose a su antiguo matrimonio y que aún tiene que cerrar algunas heridas antes de continuar totalmente libre. 

En definitiva, la infanta Elena y la infanta Cristina han demostrado ser polos opuestos. Una tendiendo a la templanza y racionalidad y la otra aceptando la emocionalidad y la vulnerabilidad de un proceso tan complicado. Dos formas de enfrentarse a las vicisitudes de la vida que ligan con sus caracteres y que han marcado sus vidas.

 

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