¡Esa voz! La voz de María Teresa Campos, pese a su ligero acento andaluz, es fuerte y enérgica: “No me voy a hacer ningún tratamiento estético, Pilar, desmiéntelo, por favor, ni antiaging, ni pinchazos, ni estiramientos, ni para ‘Las Campos’, ni en plan particular. ¡Con estar bien de salud tengo suficiente!”. Además, ya has pillado le digo yo, y se muere de risa.
Sé que Teresa no es partidaria de la cirugía total, cuando le he comentado alguna vez que me gustaría borrarme las arrugas mediante bisturí, me lo desaconseja, “¡con el lifting te quedará boca de pato!”. Las hijas sí van a pasar por el quirófano en un capítulo de su reality. Como el doctor Vila Rovira me niega que vaya a operarlas, alguien me sugiere el nombre de Monereo.
Sigo preguntándole a Teresa por su año, “quizá lo que más ilusión me ha hecho ha sido lo de Tiffany’s en Nueva York... Cuando nos contaron que desayunaríamos delante de la joyería, recordé esa película mítica que marcó nuestra juventud, y busqué por casa todo lo que llevaba Audrey Hepburn. Guantes negros largos, collares, el alfiler del pelo, todo era mío, hasta las gafas que, casualmente, eran de Givenchy, el diseñador de Audrey. ¡Lo del croissant y el vaso fue una inspiración! Gracias a La Fábrica de la Tele viví un momento mágico, me llegué a emocionar...”. Me intereso por sus planes –“ahora vamos a grabar en Madrid una cosa muy chuli las tres, que va a divertir mucho”–, y cuando indago sobre su programa propio, se muestra cauta, “hay que pensarlo bien porque la cosa no está fácil... habrá que ver qué pasa...”.
Y concluye en un rapto de sinceridad: “Aunque la verdad es que ya tengo ganas de trabajar a tiempo completo porque...¡me aburro mucho!”.