Así, Iñaki se enfrenta al futuro sin ningún tipo de proyectos, sin un euro y sin el paraguas de la familia real. Es evidente que tampoco tiene planes compartidos con Ainhoa. Ni siquiera viven juntos, ya que Iñaki no podría contribuir económicamente a la pareja. No ingresa nada en absoluto, no tiene ninguna propuesta de trabajo en perspectiva y solo cuenta con la ayuda de la pequeña pensión de su madre. Ainhoa tampoco gana lo suficiente como para mantenerlo. Ella es una buena persona y siente cariño por él. También, como a la infanta, le da pena, pero la compasión no es un sustituto del amor... Y ahora, según me dicen, son más amigos que amantes. Amigos, eso que tampoco tiene Iñaki, que ve cómo sus días se alargan interminablemente, con demasiado tiempo para pensar, con demasiado equipaje en la mochila.

No se hace ilusiones con Cristina, porque sabe perfectamente que no hay vuelta atrás. Nos lo dijo ella misma en el primer momento, todavía calientes las fotos de su marido y Ainhoa que habían visto la luz el 25 de enero: “Yo no he fallado”. Nos lo repitió varias veces con amargura. Por eso continúa con su anillo de casada: “Respeto la institución del matrimonio, llevo el anillo desde hace veinticinco años y lo voy a seguir llevando hasta que me divorcie. ¡Quiero que el mundo sepa que yo no tengo nada de qué avergonzarme!”. Porque su intención era, y sigue siendo, divorciarse de Iñaki Urdangarin, no va a perdonar su traición. En esos momentos ya quiso dejar las cosas claras a través de la misma revista que había publicado la exclusiva de Bidart: “No va a haber reconciliación”. Y también: “Solo pido dos cosas, que respeten a mis hijos y que no digan que estoy loca de amor por Iñaki”. Nada más... pero también nada menos.