Se estrenaban los años ochenta, acababa de producirse el intento de golpe de estado del 23-F y Camilo Sesto era famosísimo. Así, es comprensible que me temblaran las piernas cuando me llamó a la redacción y me dijo, “Pilar, quiero que me conozcas”. Me citó en un bar solitario de un barrio moderno y feo de Madrid, estaba sentado solo, arrebujado en un chaquetón azul marino con las solapas levantadas, joven y pálido. Me indicó una silla a su lado para que me sentara, me cogió la mano y se la llevó a la cara: “Toca”. Después me susurró al oído: “No voy maquillado”. Yo tartamudeé: “No entiendo”, y él me espetó con brusquedad: “Ya sé que decís que soy maricón, pero ni es verdad ni me importa”. Y con cierta socarronería añadió: “Si algún día me da por ahí, serás la primera en saberlo”.

Quiso ser pintor

Estuvimos seis horas juntos, quizás las mas intensas de mi vida profesional. Bebimos primero vino: “El golpe de Tejero me ha parecido un horror porque siempre hay lugar para las palabras antes de que empiecen a hablar las pistolas, yo no soy de derechas, aunque creo que Fraga es el mejor político que tenemos”. Después empezamos con el whisky: “Soy feminista, ves, no me importa que esta entrevista me la haga una mujer y no un hombre, o sea que carca, carca, no soy”. Picamos unas aceitunas y unas patatas bravas para poder seguir bebiendo. La noche fue cayendo a nuestro alrededor, salían los niños del colegio, pero nosotros estábamos en nuestro rincón, sin que nadie nos molestase, ¡me contó tantos secretos!

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