Dolores daba su paseo de las tardes cuando una mujer que nunca había visto y que dijo llamarse Mari se le acercó angustiada. Había perdido las llaves de casa y necesitaba ayuda. La anciana la invitó a su casa para que se tranquilizara y calentarle una manzanilla. Estaban las dos mujeres en el salón cuando apareció Pepita, la amiga del alma de Dolores, octogenaria como ella, e igual de generosa y confiada. Cuatro días después de aquel encuentro, Pepita fue violentamente asesinada en su domicilio. Dolores se hundió con la noticia, se encerró durante un tiempo, y no fue capaz de abrir la puerta a la mujer del parque, a la Mari, cuando esta insistió en visitarla. La anciana supo meses después que aquella decisión de no abrir la puerta a nadie le salvó la vida.

Adicta al juego

Mari era el nombre que utilizaba Remedios Sánchez cuando se echaba a las calles en busca de dinero. Durante un mes angustioso, esta gallega tuvo en jaque a los Mossos d’Esquadra. Sin empatía, sin escrúpulos y sin sentimientos que la frenaran, asesinó a tres ancianas y lo intentó con otras seis. No hubo más móvil que el robo. En algunos pisos lo único que se llevó fueron cuatro monedas que las víctimas guardaban en huchas de hojalata.

Remedios Sánchez Sánchez nació el 22 de julio de 1957 en Boimorto, provincia de A Coruña, en el seno de una familia dedoce hermanos. A los dieciséis años emigró a Barcelona. Trabajó casi siempre de cocinera, se casó, tuvo dos hijos gemelos y, con los años, terminó separándose por culpa de su adicción al juego, a las máquinas tragaperras y al bingo. Su siguiente historia de amor fue con Rafael, un taxista que intentó luchar contra su ludopatía que la terminó abandonando. Remedios recurría al conductor, siempre que se sentía sola.

 

Un tapete de ganchillo

Dolores contó mucho después de los crímenes, cómo aquella tarde de junio del 2006 se cruzó con una mujer, que parecía tener unos 50 años, y que estaba nerviosa y desesperada. Las dos mujeres charlaban animadamente cuando apareció Pepita, que no dudó en dar su dirección a Mari y la invitó a visitarla. El encuentro no se hizo esperar. El 10 de junio del 2006, Remedios Sánchez, haciéndose pasar por Mari, acudió al domicilio de Pepita, de 83 años. Aprovechando la confianza e indefensión de la mujer, cogió un cuchillo de la cocina e intentó apuñalarla. La anciana pudo defenderse pero poco pudo hacer ante la superioridad física de su agresora, que la redujo y la estranguló con un tapete de ganchillo. La asesina revolvió la casa en busca de joyas, monedas y bisutería.

 

Estrangular con toallas

El 18 de junio, Rosa Rodríguez, de 80 años, abrió la puerta a una mujer que se presentó como la novia de un vecino que necesitaba una tirita. En cuanto le dio la espalda, la extraña se le abalanzó y comenzó a patearla y golpearla con saña. La anciana perdió el conocimiento. Por suerte, no murió. Tres días más tarde, Rosario Márquez, de 87 años, fue apaleada y asfixiada hasta el desmayo. Remedios, como en los anteriores casos, se inventó una excusa para acceder al domicilio, atacar a la víctima y robarle las joyas y el dinero. Lo mismo le pasó a Pilar, Alicia o Remedios que, afortunadamente, sobrevivieron para contarlo. No así Adelaida Geranzani, de 96 años, a quien el 28 de junio Remedios golpeó reiteradamente y estranguló con una toalla hasta la muerte. El tercer crimen lo cometió el 1 de julio, cuando estranguló a María Sahún, de 76 años. También utilizó una toalla. Los investigadores comprobaron con preocupación que los asaltos cada vez estaban menos espaciados en el tiempo. La mujer se sentía impune. No utilizaba guantes. Tampoco ocultaba su rostro. Pero al no tener ni un solo antecedente policial, sus huellas recogidas en los diferentes escenarios carecían de nombre. Montserrat e Isabel, de 85 y 79 años, fueron sus últimas víctimas. A la primera la dejó inconsciente y con el dinero robado jugó en el bingo de la calle Urgell. De la segunda se le llevó el monedero con cinco euros.

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Dolores era adicta al juego 

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La policía tras la pista

Los Mossos d’Esquadra trabajaron a contrarreloj. Sabían por el relato de las supervivientes que una mujer estaba matando ancianas. El móvil era económico. Los investigadores tomaron declaración varias veces a Dolores, la amiga de la primera víctima, que les contó que lo único que varió en su rutina la semana del crimen fue la aparición de aquella señora del parque, la Mari, a la que su amiga invitó en su casa. La descripción coincidía con la del resto de supervivientes. Buscaron en cámaras de seguridad de los alrededores del parque y en las del transporte público. La encontraron en el andén de la estación de la Sagrera. Las supervivientes identificaron con escalofríos a la mujer de las imágenes. Ahora tenían que ponerle nombre.

 

Su ludopatía la delató

Esa necesidad imperiosa de llevarse dinero, por poco que fuera, hizo sospechar a los investigadores que la mujer jugaba en máquinas tragaperras. El ataque a Montserrat, en la calle Urgell, abrió el camino para identificarla. De aquella casa, la asesina se llevó una tarjeta de crédito y antes de ir al bingo sacó dinero del cajero. Accedió al establecimiento con su nombre. Los investigadores lograron cruzar los tiempos de la extracción del dinero con la tarjeta robada con el acceso al bingo, donde dio sus datos. Los Mossos encontraron un nombre, Remedios Sánchez Sánchez, pero constaba una dirección que ya no era la suya. No había tiempo que perder. Lograron dar con el bar de la calle Balmes donde Remedios trabajaba como cocinera, pero cuando los primeros mossos de homicidios llegaron, el dueño del bar les dijo que la mujer se había ido hacía media hora. Les dio su teléfono, que estaba apagado, su nueva dirección en Sant Andreu y el móvil del taxista que había sido su última pareja. En su casa tampoco había nadie. Ni sus hijos ni su exmarido sabían nada. Tampoco el taxista. Josep Lluís Trapero, entonces intendente y responsable del área de investigación criminal de los Mossos d’Esquadra de Barcelona, dirigía personalmente el operativo para su detención. Ordenó que todas las patrullas y policías disponibles en Barcelona se concentraran en el distrito del Eixample para buscarla. Que miraran en los bares, salones recreativos, bingos y estancos. Remedios Sánchez seguro que estaba buscando a una nueva víctima. La señal de su teléfono la ubicaba en esa zona.

 

“La tenemos”

Trapero estaba nervioso en el despacho y pidió al que era su número dos, Josep Montenys, acercarse con un coche a participar en la búsqueda. Circularon por el paseo de Gràcia y se detuvieron en la puerta de un salón recreativo. Entraron y allí estaba. En las máquinas recreativas de la entrada había una mujer echando monedas. No se lo podían creer. Trapero caminó hacia ella. La mujer ni le miró y siguió echando monedas de manera automatizada. En vista de que la mujer seguía ausente, la tomó del brazo y se la llevó con él al coche. No opuso ningún tipo de resistencia. En su monedero, Trapero encontró un papel con una dirección. Le preguntó a Montenys por esa calle, estaba seguro de que correspondía a la casa de una de las víctimas. No quiso ni esperar a llegar a Les Corts, Trapero telefoneó al despacho de homicidios, descolgó el jefe Pepe Porta, que confirmó que se trataba de la dirección de Pepita, la primera víctima de Remedios. “La tenemos, Pepe. Vamos de camino con ella”.

 

Seis horas de registro

Trapero le comunicó que estaba detenida. Le leyó sus derechos y ella siguió ausente. Toda esa tranquilidad se transformó en rabia y violencia cuando esa misma noche, los mossos trasladaron a Remedios a su domicilio para que estuviera presente en el registro. Ya en la entrada, se tiró al suelo y gritó, pateó y evitó ser trasladada al domicilio. La sospechosa se negó a declarar ante los mossos, tampoco lo hizo ante la titular del juzgado 16 de Barcelona. En su casa, durante las seis horas que duró aquel minucioso registro, los policías encontraron más de 250 joyas de todo tipo, anillos, collares, pendientes, relojes, monedas antiguas, libretas bancarias, y algo de dinero. Casi todo estaba guardado en bolsas de basura en el armario de debajo del fregadero de la cocina. La juez la envió a prisión provisional. Remedios le explicó entonces a su abogado de oficio que ella era inocente y que la responsable de todos aquellos crímenes era Mari, una mujer argentina a la que había alquilado una habitación, que tenía problemas con el alcohol y el juego, y que le pagaba con joyas cuya procedencia no preguntaba. También quiso justificar la presencia de sus huellas dactilares en los diferentes escenarios asegurando que aquella mujer la obligó a acompañarla bajo amenazas y que nunca la denunció por miedo. La mujer mantuvo la misma tesis durante el juicio, en junio del 2008. El informe pericial psiquiátrico que se presentó en la vista fue demoledor. La asesina en serie “no presenta signos de enfermedad mental activa” y tiene una personalidad “libre de patología”. Es decir, no padecía ningún trastorno mental y no existían indicios de que los hubiese sufrido. Sus facultades mentales “se hallan conservadas” y “se considera egoísta, un poco terca y con mal genio”, además de “cerrada y un poco autoritaria”. Cuando la acusada tuvo la oportunidad de hablar y de defenderse, rehusó a su turno de palabra y entregó a su abogado otra carta manuscrita en la que decía: “Yo sería incapaz de hacer algo así”. El 3 de julio de 2008, la Audiencia de Barcelona condenó a Remedios Sánchez a 144 años, cinco meses y 29 días de prisión por el asesinato de tres ancianas, por cinco delitos de asesinato en grado de tentativa, siete delitos de robo con violencia y uno de hurto.