El domingo cogemos un barco y nos plantamos en Lausanne (Suiza). Ciudad preciosa, efectivamente: entorno privilegiado –a las orillas de un inmenso lago–, montañas nevadas al fondo, edificios preciosos. Pero seamos claros: más aburrida que la madre que la parió. Suiza es tan precisa como aséptica. Y, además, cara. Mientras vamos en el taxi que nos lleva al puerto para coger un barco de vuelta a Evian me sale del alma decirle a P.: “Lausanne es muy bonita y todo lo que tú quieras, pero para verla desde un coche. Me daría mucha tristeza vivir aquí. No me da pena decir ¡hasta nunqui! a lo Ylenia”. Nos miramos y nos descojonamos. Piensa lo mismo que yo. A punto hemos estado de decir: “Como en España, en ningún sitio. Y de Madrid, al cielo”.