Penélope Cruz, la persona más envidiada

En España, nos gusta que a la gente le vaya bien, pero no demasiado bien. Admitimos un triunfo puntual, pero no un éxito continuado. Soportamos la ola, pero no el oleaje. Escribo estas sesudas reflexiones tras ver a Penélope Cruz recogiendo su merecidísimo Premio Donostia. No entiendo cómo en nuestro país no la veneramos.

Ha conseguido lo que ninguna otra actriz en nuestro país y todavía somos muy cicateros a la hora de reconocer sus logros. Nos hemos acostumbrado demasiado rápido a verla como una más entre las grandes celebridades de Hollywood. Perdón, no es que nos hayamos acostumbrado: es que casi diría que nos molesta. Supongo que todo sería distinto si Penélope tuviera un drama personal. Ahí, sí. Ahí nos volcaríamos porque a solidarios y “compartepenas” no nos gana nadie.

Pero Penélope, que también tendrá sus bajones, ha decidido no compartirlos y vivir como le dé la gana. Y eso no se lo perdonamos. Nos parece hasta poco español, fíjate tú. Todo lo que no sea motivo de discusión en ‘Sálvame’ es tachado de extranjero o sospechoso, algo que según algunos partidos viene a ser lo mismo.

Lo que sucede con Penélope es un poco lo que nos pasa con la reina Letizia. Nos molesta que una española de clase media haya llegado hasta ahí porque siempre pensaremos que, en ambos casos, nuestra hija o nuestra hermana mayor lo hubiera hecho mejor. En este país –hombres, mujeres– todos llevamos una actriz, una reina o una ‘drag queen’ dentro.