Me gusta ‘Cámbiame’. Si estoy en casa lo veo y me quedo enganchado. Es un programa de testimonios de toda la vida de dios aderezado con un cambio de imagen. Nada nuevo bajo el sol pero lo que lo convierte en diferente es la gente que lo hace: Marta Torné –a la que adoro–, Cristina Rodríguez –tiene gancho y lo sabéis–, Pelayo –el terror de las adolescentes– y Natalia Ferviu. Quiero hablar con detenimiento de Natalia. Coincidí trabajando con ella en el extinto ‘Cámbiame Premium’. Antes la había visto por los pasillos de Mediaset y me pareció un pelín pirada, alocadita, con poco fuste. Una de tantas blogueras. Pero trabajando con ella descubrí a una mujer interesantísima. Desconozco si tiene conocimientos sobre el mundo de la moda porque como yo no tengo ninguno me la pueden colar por cualquier lado. Pero lo que sí tiene, y de sobras, es olfato televisivo: sabe manejarse en un plató con una soltura extraordinaria, estar callada, repartir juego, entrar al trapo de una discusión. Por no hablar de su curioso aspecto físico: elegantemente desgarbado, aparentemente descuidado. Natalia Ferviu va de que no se entera de nada pero es más larga que un día sin pan. Metafórica y literariamente hablando.