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El sábado hice un viaje relámpago a Badalona para celebrar el cumpleaños de mi hermana Ana, que el día antes había cumplido 62 años aunque por la vitalidad que tiene parece que tenga 20 menos. Después de almorzar y ponerme ciego de lionesas de crema de Comas –una maravilla de pastelería de Badalona– tengo que echarme la siesta para recomponerme. Mi familia se pone a jugar al bingo a euro el cartón y yo desde la cama, entre cabezada y cabezada, me descojono con los comentarios que escucho. Al levantarme me hago con el bombo y me pongo a cantar números: “El 15”. “Tengo el 14”, dice mi sobrina. “El 23”. “Qué mala pata, a ver si sacas el 22”. Y así toda la partida. Nada como jugar al bingo con tu familia para reconciliarte con la vida. Al día siguiente mis dos hermanas –Esther y Ana– me ponen mensajes contándome lo bien que se lo pasaron y la alegría que les dio que fuera. Y yo les respondo que tengo ganas de volver para seguir jugando. Porque la vida se juega mucho mejor en familia.