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Después de diez días en un mismo lugar, tenemos que coger un vuelo. Destino: Singapur. Hace una semana desapareció un avión volando precisamente para allá y he sido incapaz de dejar de pensar sobre ello. No le tengo miedo al avión, de hecho es el medio en el que viajo más seguro. Detesto el coche, jamás lo utilizo para hacer un viaje largo. Me da miedo. Cada vez más.
Sin embargo lo del avión desaparecido me ha provocado inquietud. Desasosiega darse cuenta de una manera tan aplastante que la vida se te puede escapar sin que tú puedas hacer nada por evitarlo. Estar vivos es una lotería. No echamos demasiadas cuentas a una verdad tan evidente. Lógico, por otra parte. Nos volveríamos locos si lo hiciéramos.
P. está haciendo las maletas y yo escribiendo. Me he pasado los últimos días viendo el tiempo, cruzando los dedos para que no nos pille una tormenta como la que sufrieron los del avión de Air Asia. Cuando intento compartir mis inquietudes sobre este asunto P. lo corta de raíz argumentando que es una idiotez que suframos antes de tiempo por algo que no estamos seguros de que vaya a suceder. Ya, claro, pienso yo. Pero lo que no me puede negar es que él se ha leído con la misma ansiedad que yo todas las noticias que publicaban sobre al avión desaparecido.