Días después de que Carmen Martínez Bordiu viniera al Deluxe me envía un mensaje invitándome a almorzar un jueves. Me dice que sus amigas tienen muchas ganas de conocerme y como a mí me da vergüenza decirle que no, pues le digo que sí. Me presento el jueves en el restaurante —El qüenco de Pepa— a la hora acordada y resulta que no hay ninguna mesa reservada a su nombre. Pienso que se ha querido reír de mí y que en realidad no existía dicho almuerzo. Aparece Bertín Osborne y le digo que he quedado a almorzar con la Bordiu. “¡Ah, claro! Ella viene mucho por aquí”. Tras Bertín, la dueña del restaurante, que no entiende muy bien qué está pasando conmigo. Releo el mensaje que me envió Carmen y me doy cuenta de que la invitación es para un jueves, sí, pero del mes siguiente. Así que me largo a casa. Carmen se entera de mi despiste y me envía un mensaje riéndose de mi equivocación. “Invitaré también a Tim —su novio— para que no te sientas raro con tantas mujeres”. Le contesto que no se moleste, que me muevo bien en ese ambiente. Prefiero charlar con ellas a hacer el ridículo intentando hablar en inglés con el muchacho, porque mucho me temo que el chico no habla español.

En fin, que llega el día del almuerzo y aterrizo en el restaurante con media hora de retraso por culpa del tráfico de Madrid. En la mesa, aparte de Carmen y Tim, Cari Lapique, Maribel Yébenes y varias señoras más con las que en apariencia no tengo nada que ver. En otras mesas y a mis doce del mediodía Nuria González y Josemi Rodríguez Sieiro, a la una el fantástico actor Antonio de la Torre, a las dos un señor de una importante firma de relojes al que le pido que me dé una campaña de publicidad, y a eso de las cuatro Ana Rosa Quintana. El caso es que me lo paso de fábula comiendo con señoras radicalmente distintas a mi universo. Carmen ejerce de traductora con su novio y con él hablo de cosas tan estimulantes como la muerte, la reencarnación, el budismo, el karma y el más allá. Estoy pendiente de ellos durante todo el almuerzo y no detecto falsedad en su historia. Es más: pillo a Tim acariciando el cuello de la Bordiu en más de una ocasión. Es difícil que no te caiga bien Carmen, la verdad. Yo la he puesto a caer de un burro muchas veces porque la he visto poco comprometida, demasiado complaciente con la figura de su abuelo. Con el tiempo he aprendido a entenderla. La única manera de sobrevivir a su realidad era no pensar, no significarse, no profundizar. Acepta las críticas pero no está dispuesta a combatirlas. Quizás porque ha comprendido que luchar resta energías y ella prefiere no desperdiciarlas en asuntos en los que tiene demasiado que perder. Hablamos de dietas, de la monarquía, de toros, de paraísos perdidos y de tratamientos de belleza. Lo que se conoce como una mesa camilla en toda regla. A los cafés se acerca Nuria González y le pregunta a Carmen si ha recibido berberechos, mejillones y cosas de esas, que son los regalos navideños que les debe enviar Fernando Fernández Tapias. Carmen asiente y yo aprovecho para decirle que no he recibido nada, a ver si con la tontería me cae un buen lote de moluscos gallegos. Cancelo historias que tenía previstas para pasar un rato más con estas señoras que me han alegrado la tarde. Y nos despedimos prometiéndonos volver a vernos.