Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

Isabel Preysler
Disney

“La elegancia antaño de Isabel Preysler ahora nos parece cursi”

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Jorge Javier Vázquez

Escritor, presentador, actor y productor teatral

Veo el documental de la Preysler el miércoles y me pongo a escribir mis impresiones el sábado por la mañana. Lo hago así aposta, para ver lo que se me queda del programa. Lo primero, la ambientación musical. Fúnebre. Hay momentos que parece que estamos asistiendo a una misa funeral. Lo segundo y principal: si eres la Preysler y durante toda tu vida has salido poco por la tele para preservar el misterio, ¿por qué dices que sí a un producto así? Bueno no es. Malo, lo que se dice malo, pues hombre tampoco. ¿Prescindible? Siendo la Preysler, sin lugar a dudas. A no ser que tenga una imperiosa necesidad de hacer caja. 

Un producto  barato

Lo de Preysler en Disney solo se hace para conseguir dinero rápido porque si de verdad le hubiera importado hacer algo que valiera la pena habría estado mucho más encima del producto. Pero no. El producto es barato en toda la extensión de la palabra. Incomprensible que la persona que la entrevista comience cada pregunta con un “Oye, Isabel” que rechina. Porque la fórmula se utiliza varias veces. Y el tono de voz del señor no ayuda a sumergirse en ese universo de algodón de azúcar que impregna todo el relato. Al contrario, te expulsa a la realidad. Y entonces con distancia, desde fuera, ves la cantidad de errores que acumula el proyecto. Uno de los más garrafales es la ausencia de personajes que contribuyan a enriquecer la presencia de la Preysler. Los amigos que nos presenta son anodinos. Inodoros. Incoloros. De esos que pronuncian el adjetivo “ideal” con recogimiento. Solo puedo entender que aparezcan porque no cobren. Mal. Deberían haberse estirado y colocar unos cuantos nombres rimbombantes. 

Elegancia o cursilería

La presencia de Tamara Falcó y Ana Boyer tampoco suman. Esas combinaciones ya las hemos visto en ‘La marquesa’ –el reality de la primera– y en este no aportan absolutamente nada. No se sostienen. Recordemos que a Tamara Falcó la hemos visto en su reality con Carolina Herrera e hija, Vargas Llosa o Boris Izaguirre. O sea, un despliegue importante. Pero en el programa de Disney se fía todo al empuje de Isabel y el carro de la Preysler no da para sostener dos episodios. Hace gracia verla, claro. Porque la llevamos viendo desde que éramos pequeños y le tenemos cariño. Pero el documental te deja un sabor agridulce. Lo que antes era la viva expresión de la elegancia ahora nos parece todo un poco cursi. Para empezar, la casa. Si se publicitara en Idealista tendría que hacerlo con el aviso de que necesita reforma. La mansión de Puerta de Hierro que antaño nos parecía un palacio ahora no es más que una casa grande en la que se paró el tiempo hace demasiados años. No hay nada que llame la atención. Es aséptica como el decorado de una alta comedia inglesa. 

Isabel Preysler
Disney

La aspiradora triste 

Y no se acierta a entender cómo una señora tan elegante ha permitido que en varios planos aparezca una aspiradora en un rincón de la casa. Triste. Abandonada. La aspiradora, digo. Y la casa, seamos sinceros, un poco también. En cuanto a la Preysler en sí misma tengo que decir que agradezco que se enrolle en proyectos como este. Debe perderle el miedo a mostrarse pero, sobre todo, debe participar en historias en las que no le obliguen a ser Isabel Preysler todo el rato. Porque ese personaje ya lo hemos visto. Y lo hemos comprado. Pero la presencia en televisión de Preysler no debería quedarse aquí. Una vez que ha roto el hielo y se ha aventurado a dar un primer paso, puede permitirse el lujo de dar un paso más. Y atreverse a arriesgar. Me gustaría, por ejemplo, asistir a una conversación suya con Boris Izaguirre. Que se sincere y le cuente por qué le sentó tal mal el artículo que escribió en El País sobre Tamara y sus veleidades catecumenales en México (para mí, acertadísimo, por cierto). 

Siempre hace de ella misma

El mayor error que cometemos con Isabel Preysler es pedirle que haga siempre de ella misma. Su siguiente trabajo –que espero que lo haya– debería estar dirigido por alguien que no tuviera mucha idea de quién es. Alguien ajeno a la leyenda, al mito, porque yo sinceramente no estoy dispuesto a tragarme más raciones de Isabel Preysler de toda la vida. Tantas dosis de elegancia antañona y vintage sofisticamiento me han dejado baldado por una temporada larga. 

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Lomana se queja de todo

De entre las voces que han surgido poniendo a caer de un burro a la Preysler está la de Carmen Lomana. Mal hecho. Lomana se mete en barros que no le corresponden. Esta tarea debería dejárnosla a los que estamos en el otro lado, pero el gran problema de Carmen Lomana es que no sabe de qué lado está. Quiere estar en los dos y eso no se puede. Se le acumulan polémicas muy vulgares que no tienen nada que ver con una mujer como ella. Repartir hostias continuamente la convierte en una tertuliana monda y lironda. La vengo observando desde hace tiempo y sé que le pasa algo. Ha perdido alegría, se queja de todo. De ser un personaje que irradiaba esplendor ha pasado a convertirse en una señora malhumorada de las que huyes cuando te la encuentras porque sabes que te va a soltar la chapa. Y ella no era así. La recuerdo divertida y sonriente. Ahora todo le cansa porque probablemente también esté cansada de sí misma. Tiene activado el modo ‘Carmen Lomana’ las veinticuatro horas del día y eso es agotador. Sé de lo que hablo. Hace mucho tiempo que no la echamos de menos. Y además, no me gusta verla actuar continuamente como si fuera la villana de alto standing de una telenovela de amor y lujo. En nuestro gran teatro del mundo debe aspirar a otro papel, que ese se le queda muy pequeño.

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