Hoy se cumplen tres días desde que llegaran a casa Mila Ximénez y María Patiño. Ellas aterrizaron de noche y por la mañana lo hicieron Marisol, Antonio y Alberto. Así que ya estamos todos. La primera noche nos fuimos pronto a dormir porque queríamos estar con la cabeza y el cuerpo bien puestos para disfrutar al día siguiente de un paseo en llaut, la embarcación típica menorquina.

Recorrimos calas preciosas y nos lo pasamos en grande. Gracias a estas jornadas estoy descubriendo la peculiar relación que mantienen Mila y María. Durante el día se adoran: «Mila, ponte un poquito de crema no te vayas a quemar, que con lo que te ha sucedido en la cara». «Hombre María» —respondo yo— «no le ha sucedido nada, ella ha querido que le pasara, vamos, que se lo ha buscado». A veces María se pone tan eufemística que da risa. Mientras el sol brilla Mila se comería a besos a María pero ¡ay! cuando comienza el atardecer y la noche se cierne sobre nuestras cabezas.

De manera inexplicable María comienza a hablar como si no hubiera mañana y entonces la Ximénez se sube por las paredes con la ferocidad de un león sediento de sangre. María habla y Mila intenta que ceda el turno a los demás de vez en cuando. Al principio de buenas maneras y luego ya riñéndola, pero a Patiño le da igual. Pide perdón y tarda en volver a la carga treinta y dos segundos y medio. Durante una tertulia nocturna en el porche soy el primero en retirarme y Mila clama: «¿Ves, María? ¡Eres una revientareuniones! La gente se va porque les aburres». Pero María se pasa las palabras de Mila por la mismísima peineta y continúa hablando sobre deontología profesional, los benéficos efectos de la carboxiterapia en rodillas y brazos y remata su disparatada perorata exponiendo su opinión sobre el independentismo. Fue ahí cuando, según me contó P., «uno a uno se fueron marchando», que diría Sabina. Pero a María se la sudó de manera bastante profesional. Siguió sola en el porche con la esperanza de que alguno de los perros le brindara un poco de conversación. No tuvo éxito. Es más, Mila ha detectado que los cuatro ponen patas en polvorosa o corren a refugiarse donde nadie los vea en cuanto detectan la presencia de María.