La palabra ya me produce sarpullidos. Infidelidad. Suena trágica y pomposa a la vez. Ridícula. Suele pronunciarse con tal dramatismo que parece que estamos hablando de una enfermedad mortal o una condena.

El viernes se sentó en el ‘Deluxe’ el marido de Chiqui, Borja, para hablar de una supuesta infidelidad que había cometido con una brasileña. La audiencia y algunos colaboradores esperaban a Borja con la escopeta cargada  pero a medida que el muchacho fue desgranando su vida sin Chiqui se adueñó del plató un sentimiento de compasión. Borja contó que vivía encerrado en una casa alejada de Cartagena, sin más compañía que la de sus perros. “Soy tan miedoso que me encierro con ellos en una habitación y pongo la alarma. El único día que veo a alguien son los lunes, cuando mi padre viene a buscarme para llevarme a la estación del tren y venir a Madrid a la gala de ‘Supervivientes’”. El sexo cibernético se ha convertido para él en una manera de paliar su soledad. Podría haberse enganchado a la lectura o a la música clásica pero no, lo ha hecho al sexo. Cuando P. se acerca al ordenador y ve que estoy escribiendo sobre infidelidades me dice: “¿Otra vez? ¡Qué pesado!”. Ya, hijo, ya, pero desde que el mundo es mundo seguimos hablando de lo mismo y por muchos años que pasen todavía no hemos aprendido que, como me dijo la Rigalt, una parte nuestra no pertenece a nadie, ni a nosotros mismos, porque es puro instinto. Hace algunos años Carmen le hizo una entrevista a Nativel Preciado y se me quedó grabada una frase: “El verdadero amor es aquel que te tiene agarrada la mano cuando despiertas de una anestesia”. Amén.