El sábado se plantan en casa A. R. y O. para celebrar mi cumpleaños. Hace casi quince años que nos conocemos, son mi familia de Madrid. Esa clase de gente con la que puedes hacer y decir tonterías sin complejo de culpa. A última hora, O. y yo nos escapamos a Madrid para tomarle el pulso a la noche. Paseamos por Chueca y me siento joven. Vamos, por fin, al Baila Cariño y me siento mayor. Nos recogemos a las tres de la madrugada, qué poco aguantamos ya. Por la mañana P. se levanta bien temprano y yo sigo durmiendo un ratito más. “¿Qué tal ayer?”, nos pregunta cuando nos despertamos. “Nada”, contesto yo. “Intenté ligar pero nadie me hizo caso”. O. asiente y P. se ríe. Creo que he entrado en esa edad en la que en determinados lugares –preferiblemente discotecas– uno se vuelve invisible. Ponemos fin al encuentro en un japo cercano a casa. Coincidimos en la entrada con Eduardo Madina y Juan Segovia. Nuestro grupo decide que el segundo tiene punto.