No me gustan las banderas. Conducen a que se exalten los ánimos. Y te empujan a sentir de una manera unidireccional: a hacerlo solo según quien la porte. Y a mí me parece que una de las conquistas fundamentales del ser humano es sentir como le dé la gana, no cómo le impongan. De ahí que me haya emocionado ver a cientos de personas manifestándose delante de varios ayuntamientos españoles vestidas con camisetas blancas y reclamando diálogo. Donde no llegan los políticos ahí están siempre los ciudadanos, llamando al sentido común. Porque los políticos se acostumbran demasiado pronto al calor de los despachos y se olvidan del frío que hace en la calle. Ahora ya es tarde. Hagan lo que hagan serán incapaces de unir una sociedad demasiada fracturada. Pero de la misma manera que son culpables de sembrar la discordia entre aquellos que los han votado pueden dormir tranquilos. Lamentablemente nadie les exigirá responsabilidades.

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