Voy al programa de mi Ana Rosa a promocionar ‘Último verano de juventud’. Que a gusto me hacen sentir. Ana Rosa está supercariñosa, al igual que el resto de compañeros: Marisa, Paloma, Joaquín, Beatriz y Lequio. ¡Ay, Lequio! Alessandro es un niño grande al que no puedes evitar coger cariño aunque a veces su ímpetu se le va de las manos. Me preguntan por la lucha que mantiene con Belén Esteban y yo contesto que sé que los dos se tienen cariño pero que a veces me dan ganas de meterme dentro de la tele, coger a Lequio por el cuello y arrastrarlo por los pasillos de Mediaset. “Lo mismo me pasa a mí contigo”, responde Lequio. Por la noche, relajado en casa, triste por la expulsión de Amanda –debería haberse ido Marina–, recapacito sobre la relación Esteban-Lequio. Y creo que doy con una clave: ya no juegan en la misma liga. Cuando Belén pasaba por su época mala respondía con saña a los ataques de Lequio, mantenían una guerra encarnizada, a veces cruel, los dos jugaban a matarse. Pero desde que  Belén superó su época oscura se limita a encajar los golpes de Lequio, no dispara, sólo recibe. Ahora ya es una lucha tan desigual que ha perdido la gracia. Es más: es que ya no es lucha. Son ataques unilaterales que han dejado de tener efecto porque Belén ya no juega. Innecesarios. Estériles. Urge enemiga/o para Lequio.