El jueves viene Alba a la gala de Supervivientes. “A veces tengo la impresión de que no apoyo lo suficiente a mi madre”, me dice. Malditos complejos de culpa. Siempre pensando que deberíamos hacerlo mejor, más rápido, con más cariño. No es justo que Alba piense eso. Su madre sabe que cuenta con su apoyo permanentemente. Es su farmacia de guardia emocional. El jueves, Alba y yo nos reímos imaginando cómo será la vuelta de Mila. “Vamos a tener isla para rato” vaticina ella. Le doy la razón. Los concursantes hablan de su experiencia como antaño lo hacían los mozos de sus milis. Así como la mili que hacía uno era más dura que la de los demás, con los concursantes pasa lo mismo: “En nuestra edición se nos cuidaba menos, ahora les dan mucha comida”. Lo de siempre. Nada nuevo bajo el sol.

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Este verano un grupo de amigos pasaremos una semana juntos. También vendrá Mila. Yo pienso llevarme un montón de videos de esta edición para ir poniéndolos después de cenar y descojonarnos un rato. Sabemos que Mila acabará cabreándose más de una vez pero lo tenemos asumido. Nos gusta verla subida a la parra y descender de la misma en menos que canta un gallo. Esta semana se enfrenta a Yola y a Steisy. Esta última me está encantando. Me gusta su desparpajo, su atolondrada manera de hablar, sus expresiones imposibles de entender y la naturalidad con la que habla de sexo para acto seguido rezar el Cuatro esquinitas tiene mi cama con el fin de conseguir el favor del Altísimo y no ser expulsada. Yo creo que Mila no reza porque es más de pedirle cosas al universo y eso. En ese aspecto Yola y Steisy tienen mucho más que ver. Son muy de pronunciar expresiones como “Gracias a Dios” o “Si Dios quiere” pero luego han sido capaces de amoldar la doctrina a sus propias conveniencias. Sin ellas saberlo, son unas abanderadas de una nueva teología: la de las liberadas.