Noemí (Gipsy Kings), agredida en una tienda que se negó a venderle ropa por gitana

Una de las protagonistas del reality más divertido de Cuatro cuenta el desagradable incidente en el que se ha visto envuelta por su raza

Noemí (Gipsy Kings), agredida en una tienda que se negó a venderle por gitana

Noemí Salazar, de los Gipsy Kings, ha sido víctima de una de las situaciones más indignantes con las que ha tenido que lidiar debido a su raza. La empresaria ha resultado agredida en una tienda que, además, se ha negado a venderle por simple hecho de ser gitana. Sus seguidores, cómo no, han puesto el grito en el cielo.

De un tiempo a esta parte, en sus redes, Noemí no se calla. Si es víctima de una injusticia, saca el móvil y se pone a grabar todo lo que pasa, para denunciarlo y para que haya testigos. Pues eso mismo hizo ayer en un local del conocido polígono Cobo Calleja, reino de los mayoristas y la venta al por mayor. Ella y su madre habían acudido a una tienda para comprar vestidos, que después ellas ponen a la venta en su web. Según su versión, el propietario, que en otras ocasiones sí le había vendido, esta vez no ha querido hacerlo “no lo ha hecho porque no quería vender a ‘gipsys’”, pues, parece ser, no quería que sus prendas salieran en el reality de Cuatro. “Se trata de una tienda que vende vestidos muy caros, de doscientos y trescientos euros, y no quiere que sus clientas lleven los vestidos que sacamos nosotras. O sea, ¿qué si eres una paya de Puerto Banús sí te puedes poner los vestidos pero si eres una gitana de los Gipsy Kings no?

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SUPERVIVIENTES

El conflicto entre Noemí, su madre y el dueño del negocio ha llegado a tal extremo que hasta se ha producido una supuesta agresión de la que hay parte de lesiones. “Han acabado pegándome un manotazo. Ahora están grabándome y todos son consentidores de cómo me ha pegado”, cuenta ella en su Instagram.

Tras marcharse del negocio, Noemí tenía clarísimo qué tenía que hacer: llamar a la policía, conseguir un parte de lesiones y, después, poner la denuncia. Según transcurrían las horas, los dedos marcados en su brazo se tornaban morados y ella pasaba de la indignación a la pena por haber sido víctima de algo tan injusto como una discriminación racista.

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