Todos los matrimonios atesoran tiempos felices, momentos que en el mejor de los casos superan las dificultades y que, en otros, sirven de base para mantener la unión. Los mejores tiempos del matrimonio de los Reyes fueron sin duda los que vivieron como Príncipes, unos años en los que, como definió la propia doña Sofía: “No éramos nadie”.

Desde 1962 a 1975, don Juan Carlos y doña Sofía estuvieron juntos y, muchas veces, solos, con la familia lejos y los amigos prestados. En esa etapa consolidaron un equipo que, pase lo que pase y pese a quien le pese, aún resiste. Don Juan Carlos, entonces príncipe de incierto futuro, y doña Sofía, primogénita de los reyes de Grecia, se conocieron años antes pero no se reconocieron hasta el mes de junio de 1961, al coincidir en la boda de Eduardo Windsor, duque de Kent, con Katherine Worsley. Un año después estaban casados, tras un corto noviazgo y una larga experiencia, común en las familias reales, de que juntos formaban un buen equipo. El príncipe Juan Carlos era espontáneo, alegre y, al mismo tiempo, introspectivo, como si, en ocasiones, se encerrara en sí mismo.
La princesa Sofía era reflexiva, poco sofisticada y, sobre todo, se había curtido en el exilio y en las dificultades, aunque en el momento de su compromiso matrimonial la posición de la novia fuera mejor que la del novio.

Un gran equipo

El 14 de mayo de 1962 el equipo formado por Juan Carlos y Sofía empezó a demostrar su buen funcionamiento. Tras la luna de miel de tres meses, se instalaron en la Zarzuela, amueblado con enseres del Patrimonio de estilo austero y cuartelero. La Reina se trajo algunos muebles y objetos de decoración de Grecia y, sobre todo, quitó cortinajes y puso visillos en las ventanas para que entrara la luz.
Pronto, la familia creció con la llegada de tres hijos, Elena, Cristina y Felipe. La experiencia de la joven Sofía como enfermera de niños le fue muy útil al llegar sus hijos y para educarlos, en la normalidad y proximidad, en sus primeros años de vida. Al mismo tiempo, la complicidad de los Príncipes se fue amalgamando a base de problemas, de desprecios de buena parte de la sociedad y también de los afectos que se iban granjeando en sus continuos periplos por la geografía española y también por el extranjero, en donde ofrecían una nueva imagen de España. Frente al gris panorama del franquismo y sus corifeos, los Príncipes pusieron luz, niños y esperanza. Juntos pasaron por el trago de ver cómo, al mismo tiempo que se acercaba el trono de España, se iba alejando el de Grecia que perdió Constantino, hermano de Sofía.
El 22 de noviembre de 1975, don Juan Carlos fue proclamado Rey tras la muerte de Franco y doña Sofía se dispuso a acompañarle en ese camino.