El estrés es un problema en nuestra sociedad, está demostrado. Y no solo porque las cotas de depresión, ansiedad y el síndrome del burnout o “trabajador quemado” estén por las nubes. La ciencia lo deja en clara evidencia.
Por ejemplo, un estudio realizado por investigadores del National Institute for Health and Welfare de Finlandia reveló que tener niveles muy altos de estrés reduce la esperanza de vida. En la misma línea, la bioquímica Elizabeth Blackburn descubrió en sus investigaciones que las personas con altos niveles de ansiedad envejecen diez años más que el resto.
Sin embargo, el estrés es natural y en cierta medida necesario, dado que es una respuesta natural a las amenazas y otros estímulos. De hecho, puede ser un buen aliado para hacer frente a determinados desafíos de la vida: nos mantiene alerta, centra la atención y nos ayuda a dar lo mejor de nosotros mismos. De ello nos habla el endocrinólogo Hans Selye, que fue pionero en el estudio del estrés y aseguraba que no todo era malo en torno a este estado de activación. Y tenía razón.
Dos formas de estresarte, dos formas de vivir
El estrés es natural, por más que nos asuste. De hecho, es esencial para que podamos cumplir nuestras tareas diarias, y hasta para que disfrutemos de aquello que nos apasiona. Así lo asegura Hans Selye, conocido como “el padre del estrés” por ser el primero en diferenciar entre sus dos principales tipos. El eustrés, o estrés positivo, y el distrés, o estrés negativo. Entender esa diferencia es fundamental para mejorar nuestra relación con este estado tan frecuente como inevitable.
Para ello debemos entender que, en realidad, el estrés es solo una reacción de activación del cuerpo cuando percibimos un desafío o amenaza. En este sentido, el eustrés sería la manera en la que se activa el cuerpo y la mente de forma saludable, para prepararnos para estos retos con energía, concentración y motivación. En su contraparte, el distrés nos bloquea, nos impide actuar y nos hace sentirnos superados.
Usando el eustrés a tu favor
Entender que el estrés no es un enemigo, sino un potencial aliado, es suficiente para que se genere un cambio en nuestras mentes. Porque lo cierto es que el eustrés puede mejorar nuestro rendimiento, hacernos sentir más motivados, ayudarnos a desarrollar la resiliencia, aumentar nuestra autoconfianza y hasta activar nuestra parte creativa.
Para poder utilizarlo a nuestro favor, podemos usar todo lo que aprendimos gracias a Selye de esta forma de activación de la mente.
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Por ejemplo, establecernos metas o retos específicos y alcanzables hace que nuestra mente se active. Estos desafíos deben estar en el límite justo de nuestras capacidades. Es decir, no deben ser ni demasiado fáciles, ni demasiado complicadas. De hecho, recientes estudios prueban que es este nivel justo de desafío lo que nos permite entrar en el estado de flujo o flow, que es esencial para el bienestar emocional y la felicidad.
También podemos aprovechar este estrés positivo como motor para pasar a la acción. Usando ese aumento de energía que nos provoca el eustrés, podemos evitar la rumiación y pasar a la acción, por ejemplo, haciendo ejercicio físico.
Las técnicas de respiración consciente o el mindfulness también pueden ayudarnos a dirigir toda esa energía en la dirección correcta, usando el estrés para mantenernos enfocados, pero sin agobiarnos. Ir, como se suele decir, con una cosa a la vez.
El estrés que nos hace daño
Igual de importante es conocer y fomentar el eustrés, como aprender a gestionar el distrés, o estrés negativo. Lo que Selye nos dice de este estrés es que se produce por una serie de combinación de factores que lo propician. El exceso de presión, por ejemplo, hace que sintamos que no tenemos tiempo, recursos o habilidades suficientes para hacer frente a una situación.
Otros factores que disparan el distrés son los cambios bruscos o la incertidumbre, razón por la que se suele decir que la muerte, los divorcios y las mudanzas son los momentos de mayor estrés de la vida humana.
La autoexigencia o la sensación de falta de control también contribuyen a ello. Y si a todo esto le sumamos estímulos constantes, como ruidos, pantallas y notificaciones, tenemos como resultado el cóctel perfecto para el distrés. Como ves, la sobreestimulación y la falta de atención agota nuestro sistema nervioso, nos provoca distrés. En cambio, en la atención plena y en la calma, el eustrés nos impulsa.
Dile adiós al distrés
Como si fueran las dos caras de una misma moneda, la mejor forma de reducir el distrés es alimentando el eustrés. Es decir, buscando que nuestra forma de vivir y de pensar propicie un estrés positivo, en lugar de uno negativo. Y para ello hay mucho que podemos hacer.
- Regula el cuerpo para calmar la mente. Uno de los grandes descubrimientos de Selye, que ahora nos resulta evidente, es que el estrés tiene un componente físico. Lo produce, de hecho, una hormona llamada cortisol. Es por eso por lo que lo primero que podemos hacer es regular el cuerpo cada día usando herramientas como la respiración controlada (inhalar en 4, retener 4, exhalar en 6). También puedes usar otras técnicas, como caminar sin distracciones, hacer ejercicios de relajación de la mandíbula o incluso sacudir los brazos para liberar la tensión acumulada.
- Cambia tu lenguaje interno. Como dijo Hans Selye, el estrés no es tanto aquello que nos sucede, sino cómo lo interpretamos. Por eso, una de las mejores formas de reducir el distrés es dejar de exigirnos tanto, cambiar nuestro lenguaje interno. Cambiar el famoso “tengo que” por el “elijo” o el “voy a intentar”. El lenguaje, al fin y al cabo, cambia nuestra percepción, y ahí está la clave.
- Cuida tu atención como si fuera hora. Si el exceso de estímulos nos desgasta y propicia el distrés, la clave está en reducirlos. Silenciar notificaciones, hacer una sola cosa a la vez y practicar la atención plena no solo reduce el distrés, sino que también permite que el eustrés vuelva a encontrar espacio en tu vida para impulsarte con motivación y creatividad.