El rey emérito está disgustado por lo que pasó con Jordi Évole

21 de febrero de 2018, 14:27

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El rey está disgustado –el rey emérito, digo– por lo que pasó con Jordi Évole. Sus asesores le desaconsejaban mantener esa conversación. Pero él pensó que sería un símbolo de modernidad, trasparencia y, al mismo tiempo, ¿por qué no? Un minutito de gloria de un hombre cada vez más triste y más solitario. Pero, al final, el efecto no ha sido el esperado.

Don Juan Carlos es consciente de que ni el tono ni las palabras estuvieron acertadas –ese maricón, esa despedida abrupta…– y lo que es peor: han sido recibidas en medio de la indiferencia general, lo que da medida de que su tiempo ha pasado. “Soy una casa vieja, llena de goteras… No saben qué hacer conmigo”, me contaba un melancólico don Juan de Borbón hace casi cuarenta años en Sitges, donde había llegado a bordo del barco del doctor Muiños. Don Alfonso XIII, exiliado en el hotel Le Meurice de París, se quejaba: “¡Nadie viene a verme! ¡Estoy pasado de moda!”. ¿La historia se repite?

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