Pilar Eyre

Pilar Eyre

Juan Carlos Corinna

Pilar Eyre, experta en Casa Real: "Corinna posee decenas, cientos de cartas y postales con declaraciones del rey Juan Carlos tiernas, ardientes o delirantes"

Hace ahora justo veinte años, en junio de 2005, un Juan Carlos loco de amor le preguntó a Corinna Larsen, “dime ¿te quieres casar conmigo?” La princesa rio juguetonamente creyendo que bromeaba, pero el rey la cogió por el brazo y le dijo con voz enronquecida de deseo “te lo pregunto en serio, dime que sí y mañana mismo lo empiezo a preparar todo”. Corinna balbuceó, “pero la reina…” y Juan Carlos, con la mirada de los obsesionados, remachó, “será difícil, costará tiempo, pero lo conseguiré, ¡no hay nada que anhele tanto como que seas mi mujer!” Corinna se estremeció ante ese amor avasallador y desmesurado y asintió en silencio.

Las postales del rey

Una pasión perturbadora que había empezado hacía un año, “fue un flechazo, al principio hablábamos por teléfono, era capaz de llamarme veinte veces al día”, cuenta ella en las entrevistas que concedió a diferentes periodistas hace unos años. “Él estaba profundamente enamorado, era muy romántico, me llamaba mi ángel, cariño, te deseo, no puedo vivir sin ti… me tocaba, me acariciaba continuamente”. Si se iba de viaje, “me enviaba postales cursis escritas a mano, cuento las horas y los segundos para estar contigo, anhelo tenerte en mis brazos, mimarte, abrazarte, cuidarte, eres mía y solo mía…”.

Corinna

Corinna posee decenas, cientos de cartas y postales con declaraciones tiernas, ardientes o delirantes. Juan Carlos dejó a las otras mujeres, se apartó de sus amigos, no veía a su familia, solo quería estar con ella. “Era una comunión absoluta, él no hacía nada sin consultarme y yo tampoco, compartíamos negocios, caza, intimidad conyugal, todo…”. Una vez el rey la invitó a ir a Zarzuela porque la reina se había ido, “estaremos solos, bueno con los 120 trabajadores de la casa, pero no me importa que te vean”. Pero cual fue su sorpresa cuando apareció de improviso doña Sofía, “lo hizo expresamente para pillarnos, me dijo en inglés, señalándome con el dedo, “sé perfectamente quién eres”.

Todos se quedaron paralizados, pero luego el rey le pidió perdón, dijo que no sabía porque se había puesto así, pues ya no eran marido y mujer desde hacía muchos años y ella conocía perfectamente sus aventuras y amoríos. “Antes de mí estuvo veinte años con una señora, pero la reina se dio cuenta de que yo era peligrosa de verdad, porque no era un florero como las otras”. Así se buscaron la casita de la Angorilla, “era muy sencilla pero allí éramos muy felices, él adoraba a mi hijo Alexander”. Lo llamaba papá y Juan Carlos le hacía regalos y le prometió a Corinna que “a su “hijastro” (sic) nunca le faltaría de nada, que se acordaría de él en su testamento”.

La petición de mano

Corinna confiesa que ella también lo quería mucho, “hacía lo que podía para sorprenderle, para contentarle. Cuando cumplió 70 años estuve pensando qué podía regalarle que él no tuviera ya… al final le encargué siete grandes esculturas de plata de elefantes talladas a mano a un orfebre de Zimbawe. Eran muy valiosas, eran distintas y llevaban un numero grabado en la barriga. Le gustaron tanto que siguió la colección y llegó a tener 70, se convirtió en el mayor coleccionista del mundo. Dijo que se las dejaría a Alexander en herencia, porque lo quería como si fuera su hijo, me lo repetía siempre, que se había ocupado de él más que de sus propios hijos”.

Reina Sofía

Siempre le hablaba de matrimonio, temía que ella lo abandonara y que se fuera con un hombre más joven y libre, y consultaba a sus abogados cómo podía encarar el divorcio y casarse con ella. “Yo le había presentado a mi padre y se habían hecho buenos amigos, hablaban por teléfono, y un día me dijo que quería ir a verlo a solas”. El padre vivía en Alemania. “Fue para pedirle formalmente mi mano, no quería que creyera que yo iba a ser solo su amante. Él nunca decía la palabra amante, decía la princesa, o mi novia o después mi prometida”.

Como es natural el padre dijo que sí y dos meses después tuvo lugar la fecha más especial de su relación, “un viernes por la noche me hizo preparar una cena solo para dos en la casita y a la tenue luz de las velas, muy emocionado, como un chico joven, se sacó un estuchito del bolsillo… Era un anillo con un brillante enorme de forma octogonal y dos más a los lados montado en platino, un auténtico anillo de prometida. “Esa noche nos amamos como nunca, uno de los días más dichosos de mi vida”. A partir de ahí, Juan Carlos y Corinna se convirtieron en una pareja oficial, ante su círculo de amigos, claro está.

Salíamos con matrimonios como un matrimonio más, y entonces me hacía sacar el anillo para enseñárselo muy orgulloso a las mujeres, mirad, tiene no sé cuántos quilates y este brillante es muy limpio”. Todos los trataban como pareja, “es que lo éramos, a veces nos peleábamos porque él tiene el carácter muy fuerte y yo también, además de que no soy nada sumisa, pero nos amábamos por encima de todo”. Luego, ya sabéis, el rey le regaló 65 millones de euros y vino un elefante a acabar con todo.

Un pueblo cegado

Mientras todo esto pasaba, los españoles estábamos entretenidos diciendo que Letizia se había venido a cargar una institución ejemplar, que dudábamos mucho de que su matrimonio durara tanto como el de los reyes y que los hijos de Cristina eran muy monos e Iñaki también. Éramos tontos y felices.