El asesinato de Diana Quer: 500 días de angustia con un final macabro

MAYKA NAVARRO
Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

Durante 500 días la desaparición de Diana Quer fue un angustioso misterio con un único testigo: el autor de su rapto, violación y muerte. La madrileña acababa de cumplir 18 años cuando la madrugada del 22 de agosto de 2016 se esfumó en el camino de regreso al adosado que su familia tenía en A Pobra do Caramiñal, un precioso pueblo costero de A Coruña, donde la joven disfrutaba con su madre y su hermana Valeria de su último verano.

Prisión permanente

El banco de los acusados de la sección sexta de la Audiencia Provincial de Coruña en los juzgados de Santiago de Compostela estuvo ocupado en noviembre de 2019 por José Enrique Abuín Gey, conocido como El Chicle. Fue detenido el 29 de diciembre de 2017 cuando salía del centro de fisioterapia en el que se rehabilitaba de una lesión en un hombro. Los días previos al juicio, el Chicle estaba irreconocible. Llevaba meses sin peinarse, ni afeitarse y a duras penas ducharse o cambiarse de ropa. La barba le alcanzaba el ombligo, la melena le sobrepasaba los hombros y llegó a tener más el aspecto de un indigente que del atleta del equipo de Moraña que terminaba con muy buen tiempo en cualquier maratón. El acusado fue condenado a la prisión permanente revisable, que solicitaron el fiscal y la acusación particular. La sentencia confirmó que el hombre asaltó a Diana con el único fin de agredirla sexualmente y que la asesinó estrangulándola con una brida junto al pozo que se convirtió en su tumba. La joven fue violada en aquella nave abandonada, una vieja fábrica de gaseosas situada a menos de 300 metros de la casa de los padres del acusado y que conocía perfectamente porque había entrado a robar.

José Enrique Abuín Gey, alias El Chicle

José Enrique Abuín Gey, alias El Chicle, mantuvo en el juicio que mató a Diana accidentalmente, confundiéndola con una ladrona.

Gtres

Un testimonio mutante

Desde su detención, El Chicle fue variando su versión sobre lo que ocurrió la madrugada en la que sus pasos coincidieron con los de Diana. Aquella noche, el hombre se había acercado a A Pobra a robar gasoil de los camiones de los feriantes estacionados en una de las explanadas del camino que recorría Diana de regreso a su casa. Por allí merodeaba el ladrón cuando la joven pasó junto a él. Contó primero que la atropelló, se asustó y decidió deshacerse del cuerpo. Y mantuvo la hipótesis del accidente hasta que el informe preliminar de la autopsia determinó que la joven había sido estrangulada y no aparecía ni una sola magulladura ni golpe en su cuerpo compatible con un atropello. La última de las versiones y que mantuvo en el juicio fue que confundió a Diana con una gitana feriante de las que habían llegado a A Pobra por las fiestas patronales. Que se abalanzó contra ella porque temió haber sido descubierto robando. Que la agarró por el cuello para taparle la boca y que no gritara, pero que no controló su fuerza y cuando se quiso dar cuenta, la joven ya no respiraba. Que se asustó y que, por miedo, ocultó su cuerpo en el pozo de agua dulce que él conocía que se escondía en la planta baja de la vieja nave abandonada.

Juan Carlos Quer y Diana López Pinel, los padres de Diana

Juan Carlos Quer y Diana López Pinel, los padres de Diana, sacaron a relucir todas las miserias de su separación durante la búsqueda de su hija mayor, utilizando la gran repercusión mediática que estaba teniendo el caso

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Unos padres en guerra

El Chicle negó la agresión sexual y exculpó a la que fuera su mujer y madre de su única hija, Rosario Rodríguez, detenida primero como encubridora y cuyas mentiras ante la Guardia Civil avalaron la coartada de el Chicle en el momento que los investigadores lo colocaron en su punto de mira. Juan Carlos Quer y Diana López Pinel llegaron al juicio como estaban en el momento de la desaparición de su hija: enfrentados y protagonizando una guerra sin escrúpulos ni cuartel que tuvo en su otra hija, Valeria, como otra gran damnificada. Cuando se buscaba a Diana, los padres sacaron a relucir todas las miserias de su separación utilizando la gran repercusión mediática que estaba teniendo la desaparición de su hija mayor. Los platós de televisión y las páginas de los diarios se convirtieron en el campo de batalla. Hartos de un espectáculo que no hacía más que intoxicar y perjudicar a la investigación, la Guardia Civil logró en su momento que los padres firmaran una tregua que, con alguna que otra crisis, ha perdurado hasta hoy. Una paz basada en el silencio que trabajó en la sombra y de forma encomiable el entonces responsable de la policía judicial de Coruña, el comandante Arturo Marcos, que se encargó de las labores de interlocución con la familia. El armisticio permitió que el padre, la madre y Valeria no se soltaran de la mano durante la ceremonia de despedida de su hija, en Madrid. A partir de ese momento, Juan Carlos Quer convirtió la lucha por la no derogación de la pena de prisión permanente revisable en uno de los alicientes de su día a día, mientras que Diana López-Pinel asumió un cargo en la organización SOS Desaparecidos. Durante el juicio, los guardias civiles detallaron la que sin duda fue una de las investigaciones más complejas de su historia, liderada por la Unidad Central Operativa (UCO). Al principio todo jugó en contra. Diana se esfumó aquella madrugada y tres meses después, cuando el Chicle ya estaba en su primera lista de sospechosos, tanto su mujer como sus cuñados declararon que cuando José Enrique Abuín estuvo en A Pobra la madrugada de la desaparición, ella estuvo al lado de su marido en todo momento. Una coartada perfecta.

El Chicle quiso reincidir

Después Rosario Rodríguez admitió en el juicio que encubrió a un marido que ya fue acusado de violar en enero del 2005 a su hermana gemela, cuando esta tenía 17 años. Una denuncia que la víctima acabó retirando ante las presiones que recibió de su propia familia, pero que se reabrió, investigó y llegó a un juicio en el que El Chicle negó la acusación pero fue condenado en diciembre del año pasado a otros 14 años de prisión.

Los investigadores de la Guardia Civil se creyeron a la mujer de el Chicle cuando esta les aseguró que al principio mintió porque ella realmente sí se lo creyó cuando le aseguró que no había hecho nada, pero que estaba convencido de que con sus antecedentes, sospecharían de él. De hecho, no fue hasta meses después, cuando la tarde de Navidad de 2017 el Chicle trató de repetir el asalto con otra joven en Boiro, que Rosario comprobó la verdadera cara del hombre que había tenido a su lado. En el asalto de Boiro, durante el forcejeo, la víctima activó la mensajería de voz de su teléfono móvil y grabó buena parte del asalto. La mujer del Chicle escuchó aquella grabación. Por esa última detención ilegal que tenía cómo objetivo una nueva agresión sexual, el hombre fue condenado a otros cinco años de cárcel, en abril de 2019. En todo este tiempo, Rosario ha roto toda relación con su exmarido, del que finalmente logró separarse. Abandonó la casa de las paredes verdes de Taragoña, que fue embargada por el banco, y regresó con su hija a Catoira, donde tratan de pasar desapercibidas tras empezar de cero después del juicio. Los padres del Chicle no han dejado de visitarlo en prisión, y son los únicos que a día de hoy acuden al centro. A pesar de las primeras declaraciones de la madre y el padre asegurando tras la detención que su hijo era “un monstruo” que no merecía perdón, poco a poco se fueron acercando, lo que provocó el distanciamiento de una de las hijas, que sigue sin entender la actitud de sus padres con el asesino. En la aldea de Asados, incluso en A Pobra do Caramiñal, apenas se habla ya del caso. Duele demasiado. Los padres del Chicle tienen la vieja nave a menos de 300 metros de su casa. Tropiezan con ella cada vez que salen, la madre cada vez menos y el padre solo de vez en cuando.

La confesión final

Pero nadie olvidará la madrugada de aquel 31 de diciembre de 2017 en el que el sospechoso se acabó rindiendo ante el capitán de la UCO José Miguel Hidalgo que le estaba interrogando. El Chicle confesó, 36 horas después, el lugar donde había escondido el cuerpo de Diana. Antes, le dejaron a solas con su mujer. Nunca ha habido una versión oficial de un encuentro que vigilaron los investigadores. Pero se sabe que Rosario se abalanzó sobre el que todavía era su marido y no le pidió, le exigió a gritos, con rabia y con violencia que, por la hija que tenían en común, terminara ya con todo y dijera dónde estaba el cuerpo de Diana. La nave había sido limpiada no hacía demasiado para ser vendida; pese a todo, estaba destartalada. El Chicle entró a solas con el teniente Hidalgo, que le siguió hasta el pozo. “La dejé aquí dentro”, le dijo. Hicieron entrar a uno de los perros de la Guardia Civil que marco la entrada del pozo, y tras retirar la tapa que cubría el agujero, introdujeron una pequeña cámara que reprodujo en un monitor el cuerpo de la joven, a una profundidad de diez metros. Empezaba wel día afuera de la nave cuando empezó a llover con toda la rabia imaginable. No era una lluvia normal. Alguien arrojaba a cubos el agua con furia desde el cielo. Y lo cuento así porque estaba allí y pese a los años transcurridos el sentimiento de dolor permanece unido a esos momentos. Dentro de la nave, en cuanto la imagen confirmó que se trataba de la joven desaparecida, el comandante Arturo Marcos se alejó a un rincón de la nave, tragó saliva, y despertó por teléfono a Juan Carlos y a Diana. “La hemos encontrado”, les anunció. Los padres apenas preguntaron. Ni uno, ni el otro. Se conformaron con escuchar lo que necesitaban: “Estoy aquí con ella, tranquilos que no me separo”.

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