La última semana de vacaciones la he pasado solo. Estuve a punto de volverme antes a Madrid pero fue P. el que me convenció para que no lo hiciera: he aprovechado para cuidarme un poco más con el dichoso asunto de los kilos.

 



Si no trabajara en televisión aprovecharía el mes de agosto para no privarme absolutamente de nada. Me voy de EEUU sin haberme pasado un día entero, o dos, o tres, hinchándome a donuts, a hamburguesas, a helados de vainilla y a esa cantidad de porquerías que encuentras a cada paso en este bandito país. Hacer dieta aquí supone entrenar a tu fuerza de voluntad para unos Juegos Olímpicos.

 

Me encantaría que llegara septiembre y que no pasara nada por haber engordado siete o diez kilos. El tema de los kilos en vacaciones surge hasta en mis pesadillas.

 

Una noche soñé que volvía a ‘Sálvame’ después del verano y mientras me ponían el micrófono escuchaba a una señora decir: “Pues no ha engordado”, pero al momento otra la contradecía: “Sí que vuelve más gordo, sí", hasta que al final otra remataba el asunto con un: “Vuelve más o menos igual!”, que conseguía tranquilizarme.

 

Hace una semana pedí una báscula en el hotel y, como da el peso en libras, ando echando mano continuamente de Google para convertirlas a kilos. Menuda tristeza.