Nos vamos de boda, nunca había visto a mi madre tan desatada

Pero a lo que iba, que se casa mi sobrina y me olvido la chaqueta del traje en Madrid. Al volver de Perú quise probarme el pantalón a ver si me venía o lo tenía que abrir un poquito por atrás, porque en Perú he comido a las mil maravillas. Afortunadamente, me venía –un poco ajustadito–, pero dejé el pantalón en una percha distinta a la del portatrajes en la que estaba la americana. Luego cogí otro portatrajes distinto, metí el pantalón y la camisa y me olvidé de la chaqueta. Me di cuenta del desaguisado en casa de mi madre. Me quedé más o menos muerto, yo que tenía todo preparado desde hacía casi un mes. Mi madre al ver el pantalón tan floreado me dijo que podría haber escogido uno oscuro, que a mí me sentaba muy bien el oscuro. Ella siempre sabe animarme en mis momentos más aciagos. Me pedí un paracetamol para ver si se me quitaba el incipiente dolor de cabeza que comenzaba a machacarme. “Solo tengo Gelocatil”, dijo mi madre. “Lo que tengas, como si me quieres dar peyote”. Al final me eché varios complementos encima para disimular –unas gafas de sol como si fuera Risto y una bolsita muy mona– y creo que di el pego.

Pero, vamos, lo importante es que en la boda nos lo pasamos muy bien, que hubo un bingo –cosa que me chifló– y hasta una conga, a la que mi madre se apuntó con tal afán que acabó encabezándola. Yo es que no había visto a mi madre tan desatada nunca. Pero tanto tanto que luego se quedó en la discoteca hasta las tres de la madrugada y yo me fui a dormir como un pedazo de soso a las doce. Había gorros y mi madre se probó todos los que había y más, pero yo me descojoné con uno rojo puntiagudo porque parecía una maestra de Harry Potter. La tía se lo bailó todo y por su orden, y me encantó verla tan marchosa. Vamos, que cuando con la boca pequeña dijo que se venía conmigo a la casa la chavalería se negó en redondo, la rodeó y le empezó a cantar eso de “Esa yaya como mola, se merece una ola”. Y se quedó, claro. Y ya me ves tú volviendo a casa con el trozo de cordero envasado al vacío que mi madre no se pudo comer porque se había puesto ciega durante el aperitivo. Mi hermana Ana también pidió que le envasaran el suyo. No soporto que se tire la comida, es algo superior a mis fuerzas. Y ver platos con restos de comida en los bufés de los desayunos. Pondría hasta multas a la gente que no se acaba lo que coge.

Yo me sentí en la boda con la misma timidez que cuando tenía 14 años. Con lo que me gusta bailar no fui capaz ni de animarme con el ‘Hung Up’ de Madonna. También es verdad que solo bebí agua, y una boda a palo seco... pues es menos boda. Por la mañana mi madre me contó que la gente se desmadró ya de madrugada, y lo decía muy divertida. ¡Ah! ¡Qué bonito! Le parece bien que los demás se pongan alegres en la boda, pero se enfada cuando me ve a mí piripi. Por eso me dije: “Jorge, a grandes males, grandes remedios”. Agua por un tubo y a tomar por saco. Si me hubiera mojado los labios ligeramente con alguna bebida espirituosa probablemente todavía estaría bailando ‘SloMo’. ¡Ah! Me di cuenta al día siguiente de que mi sobrina me había sentado en la mesa de los mayores. En fin, ya se me ha pasado esa edad en la que te sientan en la mesa de los amigos de los contrayentes. No me tocó ni el ramo, que lo amañaron en el juego del bingo para que le tocara a una de las amigas de los novios. Eso me lo contó mi madre al día siguiente, porque yo soy tan ingenuo que pensaba que si tenía suerte me volvía a Madrid con una batidora.