Estaba leyendo un libro en el que dos chicos se amaban bajo la lluvia e inmediatamente vino a mi memoria el siguiente episodio. Sábado por la noche, “La Noria”. Carmen Alcayde y yo damos la primera entrevista después de que se anuncie el final de “Aquí hay Tomate”. Jordi González me pregunta por mis planes de futuro y yo le respondo: “Hacerme las manos y los pies”. No fue una boutade. Era la simple y llana verdad. No tenía nada más que hacer, mi futuro profesional no es que fuera negro. No era. No existía. No sabían qué hacer conmigo en la cadena.

Al día siguiente cogí un puente aéreo y P. me estaba esperando en el aeropuerto con su moto. Llovía como si no hubiera mañana y llegamos a su casa empapados y muertos de frío. Recuerdo que planteamos la posibilidad de salir a almorzar y que yo no me decidía mucho, lo que motivó un gruñido por su parte. Al final no sé si comimos en casa o no.

El caso es que me trasladé a vivir a Barcelona porque en Telecinco tenía poco que hacer. Alquilamos un piso en plena Gran Via y yo intenté por todos los medios convertirme en un amo de casa ejemplar pero no lo conseguí. Un día el lavavajillas empezó a vomitar agua con tanta fuerza que a punto estuvo de inundar el edificio entero. Pasé un buen rato contemplando el desaguisado, sin saber qué hacer, aguantándome las ganas de llorar. Hasta que llamé a un operario. Cuando el señor detectó la anomalía me miró con cierta conmiseración: no había sacado el tapón del desagüe o alguna chorrada por el estilo. Y es que mi relación con los electrodomésticos nunca ha sido muy buena. Una vez alquilé una buhardilla por tres meses y los primeros quince días estuve sin nevera porque no se me ocurrió que tuviera que enchufarla. El caso es que poco a poco me hice a Barcelona y llegué a ser muy feliz. Me compré una bicicleta, me aficioné a las novelas de Donna Leon y me apunté a clases de canto.

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Del fin de “Aquí hay tomate” han pasado más de once años. Hubo más días de lluvia y de tormentas incluso. Momentos en los que tuve ganas de huir, de desaparecer, de dejarlo todo. Épocas en las que me castigaba, odiaba mi trabajo y coqueteaba con la autodestrucción. Hace un par de días llamé a Óscar C. muy temprano para compartir con él esta reflexión. Lo hacía desde la cama, muy sereno, y al echar la vista atrás me inquietaba revisar aquellas épocas en las que el suelo parece resquebrajarse y no sabía qué hacer para salvarme. Es complicada la exposición en nuestro trabajo porque te obliga continuamente a enfrentarte a unos juicios para los que mentalmente no siempre estás preparado. La popularidad te coloca en un lugar para el que nunca te han preparado y hasta que te acomodas tienes que lidiar con situaciones muy complicadas. Acabas tocado emocionalmente y no sé cómo se sale de ahí más o menos indemne. Resistiendo, supongo. Como siempre.

Un psicólogo me dijo en cierta ocasión: “El foco es tóxico”. Quizás no el foco en sí pero sí todo lo que le rodea. Aguantar en esta profesión exige fortaleza mental y no tanto seguridad en uno mismo sino ser consciente de que no siempre vas a acertar. Pero tus equivocaciones siempre tendrán mayor repercusión porque son públicas. Estoy viviendo la mejor época profesional de mi vida. Me va bien tanto en la televisión como en el teatro. Pero nunca antes había tenido tanto sentimiento de provisionalidad, de que mañana puede acabarse todo, de que hay que tener las maletas preparadas porque en cualquier momento te pueden mandar a paseo. Por cierto no entiendo por qué esta expresión tiene tan mala prensa cuando “Pasear” es una de las cosas más bellas que podemos hacer “en” y “con” nuestra vida. Pasear y pasearla. Y aunque parezca paradójico es esta certeza de que todo es efímero lo que me hace más sereno. Y, por encima de todo, más libre. Libre dentro de un orden, porque cuando uno presenta un programa con muchísimo éxito debes tener un cuidado extremo. Tus palabras serán medidas al máximo y ¡ay de ti! si sacas los pies del tiesto. A las primeras de cambio te montan una campaña en redes y te envían a tu casa.

El éxito te hace vulnerable, no más fuerte. No nos engañemos. Si de verdad pudiera expresarme con libertad sobre cualquier tema a lo mejor no estaría trabajando. Pero esta sociedad tan inquisitiva no admite pensamientos a contracorriente. Resumiendo: que me siento libre, sí. Pero siempre y cuando esté callado. O sea, pura esquizofrenia.