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El jueves me empiezan a llegar mensajes de compañeros de colegio contándome que ha muerto el señor Moreno, uno de los profesores que tuvimos en la E.G.B. Fue un hombre brillante, amante de su trabajo, quizás un adelantado a su época. Moderno y muy culto: impartía clases de inglés, francés, literatura española y tocaba varios instrumentos. Han pasado cerca de treinta años pero aún sigo recordándolo como un profesional tan enamorado de su trabajo que era capaz de contagiar entusiasmo al estudiante más perezoso.
Todos los alumnos que pasamos por sus manos nos hemos quedado tocados porque su muerte nos ha arrebatado también una porción de nuestra niñez. Sé que en nuestro país hay muchos 'profesores Moreno'. Gente comprometida y apasionada con su trabajo que disfrutan no sólo impartiendo clases sino participando de manera muy activa en la vida de los colegios: con actividades extraescolares, reuniéndose con los padres de los alumnos para saber cómo pueden mejorar y avanzar los chicos. Pero también es verdad que en este país los profesores lo tienen cada vez más difícil porque deben lidiar con demasiados alumnos irrespetuosos. Y lo que es peor, con unos padres que apoyan sin razón a los tarugos de sus hijos socavando así la autoridad de los enseñantes.